Aquí os adjuntamos unas fotos que GRACIAS a Juan Luis Loro tan amable ha cedido
Será del 1 al 8 de Agosto, quieres tener unas vacaciones ÚNICAS, MÁGICAS, IRREPETIBLES... Esta es tu oportunidad, pisar por las tierras donde pisó nuestro Señor. Yo que tú no me lo pensaba, serán experiencias únicas, inolvidables, llenas de emoción, vamos a que esperas¡¡ Llama ya a los teléfonos que hay en dicho cartel, y prepárate para vivir un sueño único.
Será el próximo 11 de enero en la Parroquia de Santa María a las 12.30 horas. Deseamos que en su nuevo caminar sigan siendo testigos de Cristo crucificado y VIVO. Nuestras oraciones van por los 10 novicios que van a profesar.
Durante el fin de semana del 23 al 24 de Junio, se está pasando unos días de convivencia en LLanos del Caudillo de la Pastoral de Jóvenes de Daimiel.
Son unos 24 chicos de entre 16 y 18 años, junto a sus animadores y responsables.
Recemos por éste encuentro y éstos jóvenes que son los tiernos frutos de nuestra Iglesia. Ver Fotos
Ez 34,11-12.15-17: “Yo mismo en persona buscaré a mis ovejas”.
Sal 22: El Señor es mi pastor, nada me falta.
1Co 15,20-26.28: Si por un hombre vino la muerte, por un hombre ha venido la
resurrección.
Mt 25: Venid aquí, benditos de mi Padre.
“Queremos un rey sobre nosotros. Así seremos como todos los otros pueblos”. (1Sm 8,19). Así se inicia la historia de la monarquía en el pueblo Israel. Hasta entonces Dios había sido su único soberano. La desconfianza de Dios se hace manifiesta con esta petición: quieren un regente visible, a pesar de todas los inconvenientes que eso les va a traer a nivel de impuestos y de vasallaje, quieren una persona que las lidere… porque quieren ser como los otros pueblos.
La experiencia de la monarquía resultó desastrosa. Ya no solo supuso una pérdida de libertades para el pueblo, que tenía que satisfacer las demandas del rey, su corte y su ejército, sino que, aunque cuando hubo monarcas bien reputados por su gobierno (aunque con sus sombras), una gran lista desatendió sus obligaciones y llevó al pueblo a la desgracia. De ahí surgiría el anhelo de un rey justo, servicial, benefactor de todos, defensor de los pobres y desvalidos. Para algunas este rey habría de venir de la estirpe de aquel que había conseguido unir bajo un solo gobernante a todas las tribus de Israel y había dado inicio a la dinastía real: el rey David, paradigma del buen gobernante, atento a su pueblo y amigo de Dios. Ciertamente no todo en su vida fue de alabanza, pero, su gobierno idealizado avivaba las expectativas de que un día Dios enviaría a su pueblo un auténtico rey de justicia y de paz.
Esta esperanza se unió a la imagen del pastor, de procedencia oriental, que era utilizada, precisamente, para referirla a sus monarcas. La idea sugiere mucho: la persona cercana al rebaño (el pueblo), preocupado por su alimento y su salud, que conocer los mejores pastos para su ganado y el lugar seguro. El profeta Ezequiel refiere el anuncio de Dios mismo como pastor para su pueblo, que se encuentra disperso y extraviado, que no tiene, ciertamente, quien lo libere, quien lo sane, quien lo guíe. La respuesta del pueblo la recoge el salmo 22, reconociendo a Dios como su pastor, como el que le proporciona todo lo necesario hasta no faltarle ya nada. La segunda parte del salmo señala hacia un Dios que se convierte en anfitrión y hace sentar a la mesa, como un igual, a este pueblo que anteriormente aparecía como rebaño. El rey pastor, por tanto, hace como iguales a sus súbditos ovejas con promesa de que vivan en su casa por siempre.
Queda así trazado el panorama para contextualizar esta fiesta donde Jesucristo, el rey pastor anhelado por el pueblo desde antiguo, es presentado como Rey del Universo. Por Él ha sido creado todo y todo tendrá su gloria, su cumbre en Él. No solo ha guiado a sus ovejas, sino que ha dado su vida por ellas haciéndose cordero de sacrificio. Con su Resurrección ha aniquilado todo enemigo, incluso el más poderoso, la muerte, como refiere san Pablo en el pasaje de 1Co 15. Y ha de venir a reinar sobre todo y sobre todos, haciéndonos a nosotros herederos de su mismo Reino. La condición de herederos es un privilegio que exige una condición: haber derramado lágrimas por los que sufrían alguna clase de necesidad. La indiferencia ante las carencias de los hermanos de redil, pandémica por esta “globalización de la indiferencia” como dice el papa Francisco, nos deshereda de un Reino que es justicia y que rechaza al que no buscó lo justo para su hermano.
De este modo, solo quien se entrenó como rey, al modo del Rey del Universo, Jesucristo, teniendo mirada y mano tendida hacia el necesitado, se habré hecho digno siervo para reinar con Él; porque vertió muchas lágrimas, sensible ante el sufrimiento de las personas, porque no fue perezoso para hacer lo que estaba en sus manos, para consolar y ayudar, invocando a Jesucristo y ansiando su venida para traer la justicia y la misericordias definitivas.
En Él se cumples las esperanzas frustradas de aquel pueblo de Israel que le pedía a Dios un reyezuelo y, sin saberlo, estaba anhelando la venida del Hijo de Dios como único Rey para la justicia, la verdad y la paz eternas. Con esta esperanza y esta petición concluimos el año litúrgico, el año de la Iglesia a lo largo de esta semana, para abrir un nuevo año precisamente en el Adviento, con esa apelación tan destacada al Señor para que vuelva.
Is 49,3.5-6: “Es poco que seas mi siervo… Te hago luz de las naciones”.
Sal 39,2.4ab.7-8a.8b-9.10: Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
Co 1,1-3: a vosotros, gracia y paz de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.
Jn 1,29-34: “Este es el cordero que quita el pecado del mundo”.
La insipidez del agua no impide que nos sepa a limpieza, a frescor, a vida. Sin cambiar de sabor, de color, de olor es capaz de transformar la tierra yerma e inhóspita en territorio fecundo y acogedor. Como sucedía en la zona desértica de Palestina por la que transcurría el Jordán, donde se abría ese venero de frescura vital, fecundando a su paso. Para un hombre con vivienda en el desierto como Juan, el agua debería resultarle aún más prodigiosa. Se arca a este elemento para su nuevo oficio que le dará apellido: “el Bautista”. Emplea agua y nada más que agua con el fin de suscitar la voluntad de conversión entre sus paisanos. Su actividad resultaría muy seductora, porque, según el relato de los evangelistas, acudían a él muchas personas de diferente condición (fariseos, saduceos, publicanos…); si bien nítidamente distinguidos en la vida social, se unían para recibir el agua en un bautismo con un significado simbólico. Muchos otros habían usado este rito con un fin similar. Juan el Bautista enseñaba agua queriendo mostrar limpieza y vida nueva, es decir, conversión de corazón. Pretendía motivar hacia un cambio personal y lo conseguía, pues no eran pocas las personas que llegaban hasta él para recibir de sus manos esta agua que corría por el río Jordán. De este modo preparaba la situación para uno que tenía que venir, también con rumor de agua, con un mayor poder.
Al contrario que los otros evangelistas, el evangelista Juan no narra el bautismo de Jesús. El motivo de fondo podría ser evitar darle a Juan el Bautista un protagonismo excesivo en detrimento del de Jesús. No era un riesgo infundado, sino que aún persistían discípulos del Bautista que reivindicaban para él la supremacía sobre su primo. Sin embargo sí narra lo esencial del episodio del bautismo en cuanto que habla de Jesús y del descenso del Espíritu sobre Él. Al reconocerlo como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo está empleando la imagen del animal del sacrificio para el perdón de los pecados del Antiguo Testamento para aplicarla a una persona que reconoce como el que puede realmente quitar el pecado del mundo. Los lugares de la Escritura donde se nos habla del ritual del sacrificio del cordero no aclaran si realmente era eficaz para el perdón de los pecados. El Bautista no tiene de duda de que Jesús, el nuevo cordero, los perdone. Comienza una realidad nueva. El poder simbólico del agua al que apelaba Juan el Bautista va adquirir un poder mayor, porque va a conseguir el Espíritu de Dios para cambiar a la persona. Ya no se trata solo de una voluntad de cambio por parte de quien se acerca a recibir el agua, sino que Dios lo hace posible porque vincula consigo mismo como hijo suyo a la persona que toca con su Espíritu por medio del agua. En Jesucristo la antigua realidad se convierte no solo en realidad nueva, sino en realidad sagrada.
El hijo de su tía María, primo suyo, se le revela al Bautista como el enviado de Dios que existía antes que él cuando ve que el Espíritu desciende sobre él. El poder de Dios en cada persona por su Espíritu desvela la identidad divina y pertrecha con la capacidad de hacer sagrada la realidad que se vive, en la que se trabaja, la red de relaciones… porque hacia allí se lleva el Espíritu de Dios y queda santificado. Esto es posible porque el Cordero de Dios quita el pecado el mundo y renueva y santifica.
Es poco que Jesús sea el hombre obediente a Dios Padre, ejemplo de rectitud y verdad, porque Él es luz de la naciones y transformador de realidades. En Él toda persona queda santificada y con poder para santificar.
El tiempo ordinario iniciado tras la fiesta del Bautismo de Jesús nos abre a la santidad cotidiana. Sin celebrar ningún misterio en especial de la vida de Jesucristo los celebramos todos, observando cómo lo de antes ha sufrido cambio de significado tras su paso; singularmente nosotros, que hemos quedado santificados por su Espíritu. El agua ya no puede resultarnos insípida tras tanto sabor concedido por Cristo.