CUARESMA
Y Mirarán al que traspasaron
Cuaresma procede del vocablo latino “quadragesima dies”, que traducido viene a significar el día cuadragésimo antes de Pascua. Es el tiempo de preparación ”por el que se asciende al monte santo de la Pascua”, como lo describe el Ceremonial de Obispos (CE 249). Empieza el miércoles de ceniza con la imposición de ésta y concluye el Jueves Santo por la tarde, antes de la Misa Vespertina de la Cena del Señor, con la que se inaugura el Triduo Pascual.
Las características ambientales y celebrativas de la Cuaresma, ya desde hace siglos, son la ausencia del aleluya en los cantos, la austeridad en el ornato del espacio celebrativo, sin flores ni música instrumental, el color morado de los vestidos del sacerdote (menos en el domingo cuarto, llamado éste “Laetare” en que puede usarse el color rosa); los escrutinios catecumenales (el Ritual de la iniciación de adultos pone el rito de “elección” para la última etapa catecumenal en el primer domingo de Cuaresma, y a partir de ahí varias reuniones de escrutinios); las misas estacionales en torno al propio obispo, originadas en Roma pero recomendadas para otras iglesias en las que parezca convenientes; el ejercicio del Vía Crucis; la “confesión pascual”, la celebración del sacramento de la Reconciliación como preparación inmediata a la Pascua.
La Cuaresma es el tiempo litúrgico donde la Iglesia entera se prepara para vivir intensamente los días de la Pasión, muerte y Resurrección del Señor. Cuaresma y Pascua en cuanto a su significado y lo que celebran están íntimamente unidos. Es el tiempo de cuarenta días simbólicos de retiro cristiano, de desierto. Responde al misterio de la estancia que Jesús tuvo en el desierto, durante cuarenta días, para verificar su vocación mesiánica. Como se ha mencionado anteriormente, la Cuaresma es para toda la Iglesia un tiempo intenso de preparación catequética para recibir el sacramento del Bautismo. Es más, la liturgia de la Palabra son lecturas con esta finalidad: agua, luz, desierto…
La Cuaresma también se define como tiempo hacia la conversión, proceso de maduración de fe por el cual toda la comunidad inicia su itinerario penitencial hacia el arrepentimiento.
Son varios los preceptos cuaresmales que la Iglesia ofrece al fiel para que viva en intensidad este tiempo: oración, ayuno, abstinencia, penitencia. San Mateo en el capítulo seis versículos del uno al seis viene a decir esto: oración, ayuno y limosna, consideradas como las armas de la penitencia cristiana.
Como bien se ha dicho antes, este tiempo litúrgico comienza con la Imposición de la ceniza, ¿y que significa este signo? En primer lugar hay que considerarlo como un símbolo que indica austeridad. Este rito es el propio de los antiguos ritos con los que los pecadores convertidos se sometían a la penitencia canónica, el gesto de cubrirse con ceniza tiene el sentido de reconocer la propia fragilidad y mortalidad, que necesita ser redimida por la misericordia de Dios. Este gesto la Iglesia lo ha conservado como un signo de la actitud del corazón penitente que cada bautizado está llamado a asumir en el itinerario cuaresmal abriéndose a la conversión y al esfuerzo de la renovación pascual.
HISTORIA
Ya desde finales del siglo II existe en la Iglesia un período de preparación a la Pascua, observando con algunos días de ayuno, según el testimonio de Eusebio de Cesarea a propósito de la controversia acontecida sobre la fecha de la celebración de la Pascua.
En cuanto a los días de duración del ayuno, San Ireneo de Lyon escribe al Papa Víctor lo siguiente: “Efectivamente la controversia no es solamente acerca del día sino también acerca de la forma misma del ayuno, porque unos piensan que deben ayunar durante un día, otros que dos, y otros que más; y otros dan a su día una medida de cuarenta horas del día y de la noche. Y una tal diversidad de observantes no se ha producido ahora, en nuestros tiempos sino ya mucho antes, bajo nuestros predecesores…”
Este ayuno inicial presenta a modo de una primera estructura de una semana de preparación, especialmente en Roma, convertida después en tres semanas en las cuales se lee el evangelio de Juan, quedando finalmente, en cuarenta días de ayuno, inspirados en los cuarenta días transcurridos por Jesús en el desierto. Este ayuno de cuarenta días se realizaba desde la sexta semana antes de Pascua. Pero estando por medio seis días dominicales en los cuales no se ayunaba y queriendo completar el número simbólico de los cuarenta días, se prolongó, anticipando el comienzo al miércoles anterior a la sexta semana antes de Pascua y se computaron los dos días de viernes y sábado antes de Pascua, para completar los cuarenta días.
Es curioso el texto de San Hipólito de Roma donde dice: “para cumplir con el ayuno de Pascua, nadie tomará nada antes de que se haga la oblación… Si alguien se encuentra enfermo y no puede ayunar dos días, ayunará el sábado solamente por necesidad, contentándose con pan y agua”.
Desde todos estos apuntes históricos, ¿Qué decir del hoy? ¿Existe una relación con el ayer? A día de hoy, el computo matemático que hace de nuestra Cuaresma un período de cuarenta y cuatro días, incluidos el miércoles de Ceniza y el Jueves Santo, de los cuales cuarenta de ayuno, excluyendo precisamente los seis domingos – cinco de Cuaresma y uno en la Pasión del Señor o domingo de Ramos- y añadiendo los ayunos del Viernes y del Sábado Santo que pertenecen ya al Triduo Pascual; es lo que da pie al tiempo litúrgico de la Cuaresma, tiempo de preparación para la Pascua del Señor Resucitado.
En el siglo IV, testimonios como los de la peregrina Egeria describen minuciosamente los ayunos cuaresmales que se practicaban en Jerusalén y el itinerario que debían recorrer los catecúmenos en cuanto a las catequesis que recibían para ser bautizados, todo esto atestiguado por Cirilo de Jerusalén.
Desde el siglo IV hasta el VIII, tenemos el período de esplendor de la cuaresma cristiana, con un fuerte carácter bautismal, expresado por supuesto en los ritos del catecumenado, lecturas feriales y dominicales de la liturgia romana. Todo esto se mantiene en la liturgia que celebramos en el tiempo presente.
Dentro de este apartado histórico podemos resaltar algunas motivaciones y contenidos propios del tiempo cuaresmal o cuarentena. Lo primero que hay que decir que para establecer la cronología y el contenido de la Cuaresma, ha tenido una gran importancia el recuerdo de los cuarenta días de AYUNO del Señor en el desierto, según el testimonio de los evangelios Sinópticos, con parte de su simbolismo que presenta. A día de hoy en la liturgia de rito romano, en el primer domingo de Cuaresma se sigue proclamando este texto del ayuno, del desierto, de la tentación. Por otro lado, el número CUARENTA: los cuarenta días del diluvios, los cuarenta días y noches de Moisés en el Sinaí, de Elías que camina hacia el Orbe; los cuarenta años del pueblo elegido en el desierto, los cuarenta días en que Jonás predicó la penitencia en Nínive.
Todo este camino cuaresmal se convierte en un signo sagrado, en un sacramento del tiempo. Tiempo propiamente de preparación para los que van a ser bautizados, tiempo para recibir el perdón de aquellos que se sienten atenuados por el dolor del pecado, tiempo de gracia porque el Señor pasa en su Paso pascual, tiempo de luz y claridad porque el Señor con su muerte disipa el las tinieblas con el clarear del fulgor de la Pascua.
Dentro de este tiempo litúrgico toda la Iglesia, toda la comunidad cristiana, estaba llamada a prepararse espiritualmente para celebrar en oración, ayuno y limosna una etapa propiamente de ascesis para concluir con la alegría de la Pascua. Así mismo, los catecúmenos que eran preparados o elegidos para prepararse para ser bautizados en la noche de la vigilia pascual , eran sometidos a intensas catequesis bautismales. Así lo atestiguan en Jerusalén en el siglo IV las Catequesis de Cirilo, el Itinerario de Egeria y el Leccionario armeno. Lo mismo sucede con la preparación de los iluminados en Antioquia y Constantinopla, como atestiguan las catequesis bautismales de San Juan Crisóstomo. Así lo confirma la rica estructura bautismal que poco a poco se desarrolla en la Iglesia de Roma, que tiene como testigos la carta del Diácono Juan a Senario, el Sacramentario Gelasiano y el Ordo Romanus XI, que se remonta l siglo VII-VIII. Los ritos propiamente bautismales en relación con la liturgia cuaresmal son los siguientes: elección y la inscripción del nombre del candidato o llamado neófito; los escrutinios y exorcismos unidos a la lectura de algunos pasajes del evangelio de Juan como pueden ser la entrega y reentrega del Símbolo de la fe (Credo) y del Padre nuestro, síntesis de la fe y de la oración respectivamente. A estos ritos se une el rito del Effetá. Toda la comunidad cristiana, se sentía muy responsable ante la iniciación de los nuevos bautizados.
A partir del siglo IV, Pedro de Alejandría en su canon recuerda los cuarenta días de penitencia para aquellos que deben ser reconciliados con la Iglesia, los penitentes. Dice así uno de sus textos: “ sean impuestos a los pecadores públicos cuarenta días de ayuno durante los cuales Cristo ha ayunado, después de ser bautizado y haber sido tentado por el diablo, en los cuales también ellos después de ejercitarse mucho, ayunarán con constancia y vigilarán en la oración”.
Al principio de la Cuaresma queda fijado en el domingo primero, el llamado in capite Quadragesimae; después se anticipa al miércoles de ceniza; en este día los pecadores públicos eran alejados de la asamblea y obligados a la penitencia pública. La ceniza y el cilicio eran especialmente para ellos. Desaparecida la penitencia pública, en el año 1001 el Papa Urbano II, en el Sínodo de Benevento, extiende la costumbre de la imposición de la ceniza a todos los fieles de la Iglesia, incluido a los clérigos. Desde entonces Cuaresma comienza para todos con este austero gesto que nos invita a la conversión y prevalece la motivación penitencial con el ayuno y la abstinencia, expresiones de la penitencia cuaresmal.
La Cuaresma a día de hoy, bajo el impulso del movimiento litúrgico tomando como punto de referencia el Concilio Vaticano II, ha querido volver a dar impulso y vitalidad al sentido antiguo de la Cuaresma cristiana.
En el n. 109 de la Constitución litúrgica Sacosanctum Concilium, recuerda el doble carácter bautismal y penitencial que tiene en sí, el tiempo Cuaresmal. Como también hace hincapié a la escucha de la Palabra y a la dedicación a la Oración. En el n. 110 se habla del ayuno penitencial tanto externo como interno, individual y social. Se recomienda de manera especial el ayuno pascual del viernes santo y el sábado santo como preparación a la celebración de la Pascua.
La reforma litúrgica ha querido resaltar la única línea que verdaderamente define a la Cuaresma. Para ello, para la celebración de la Eucaristía, tanto el Leccionario como el Misal ofrecen una nueva orientación a la Cuaresma, siguiendo las huellas impresas que los Padres de la Iglesia han dejado mediante sus escritos. De igual modo, en la Liturgia de las Horas, se hallan una serie de oraciones, lecturas patrísticas, riqueza en cuanto expresiones, que resaltan la importancia de la oración.