Sb 9,13-18: ¿Qué hombre conoce el designio de Dios?
Sal 89,3-4.5-6.12-13.14.17: Señor, Tú has sido nuestro refugio de generación en generación.
Fl 9b-10.12-17: Te envío a Onésimo como algo de mis entrañas.
Lc 14,25-33: El que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío.
A Jesús le seguía una multitud de sueños. Cada discípulo ponía su pie donde antes lo había puesto el Maestro, aunque esto no es suficiente para un verdadero seguimiento en pos de Cristo, porque su mente (ilusiones y expectativas) con facilidad se adelantarían a lo que Jesús les ofrecía. En este caso Jesucristo podría ser para ellos un medio para conseguir sus metas, un instrumento para estimularles sus sueños particulares… al margen del mismo Dios. De repente Jesús se volvió, se dirigió a ellos con el propósito de despertarlos.
Un verdadero seguidor de Jesucristo ha de tener presente que su camino se dirige inexorablemente hacia el Calvario y de ahí a la Resurrección. Lo crucial de este destino implica un compromiso muy exigente. El Evangelio de hoy concluye: “El que no renuncia a todos su bienes, no puede ser discípulo mío”.
La renuncia a todos los bienes puede entenderse de tantas formas que uno termine creyendo que lo está haciendo sin renunciar a nada en realidad o que esté sacrificando algo que para nada le pide el Señor.
Las parabolillas de la construcción de la torre y el ejército del rey nos traen claridad. Por una parte, hay que echar cuentas para ver en qué voy a invertir mi vida, qué puedo hacer en ella, qué me cabe esperar. Un proyecto tan ambicioso como la edificación de una torre alta es hermoso, pero puede ser absolutamente inútil si no tiene un fin determinado para mi propia vida o, como nos dice el relato, si no hay recursos para construirla entera. El resultado frustrante de quien quiso edificar y se quedó a medias parece cómico y mueve a risa.
Por otra parte nos ofrece un ejemplo dramático: una batalla entre ejércitos. Aquí la responsabilidad del rey atañe a un número grande de personas. Su despropósito puede hacer mucho daño y su acierto salvar muchas vidas. Nuestras decisiones influyen también a los demás. Hace falta echar cuentas y ser sensatos. Esa sensatez nos la ofrece Dios, que nos invita continuamente a reorientar nuestra vida con relación a los pasos de su Hijo, al que dejamos atrás o, simplemente, hemos dejado de seguir. No hace falta mucho para que, casi sin darnos cuenta, hayamos olvidado al Maestro que seguíamos.
En conclusión: ¿En qué estoy invirtiendo mi vida? ¿Hacia dónde quiero ir? ¿Con qué me estoy encontrando? Las preguntas de los inicios, que nos hemos de cuestionar a lo largo de toda la vida, pues no dejamos de ser principiantes, son el cimiento para poder dar bien, antes de darlo todo, y aprender a entregarle al Señor lo que pide y no lo que nos apetece. Verificar nuestro proyecto con el suyo para con nosotros es certificar la calidad de nuestras obras.