Hch 14,21b-27: Contaron lo que Dios había hecho por medio de ellos y cómo había abierto a los gentiles la puerta de la fe.
Sal 144,8-9.10-11.12-13: Bendeciré tu nombre por siempre jamás, Dios mío, mi rey.
Ap 21,1-5a: Y el que estaba sentado en el trono dijo: «Todo lo hago nuevo».
Jn (13,31-33a.34-35): . La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros.
Mientras Jesús les abría a sus discípulos las puertas de la gloria para mirar hacia ella, Judas se marchó por la puerta de atrás, dándole la espalda. Mientras la comunidad se acerca a participar de los misterios de Cristo muerto y resucitado, y el cumplimiento de su promesa de Vida eterna, uno de los que ya había compartido mucho con el Maestro se queda sin conocer el desenlace final, precipitado por no haber encontrado lo que buscaba. Solo conocerá el fracaso de la cruz y ahí se detendrá su vida. Judas participó en aquella Cena de despedida, fue testigo del gesto de servicio en el lavatorio de pies, pero, antes de escuchar el mandato sobre el amor fraterno, se marchó. Su final fue solitario y desgraciado.
Parece que, para los domingos de Pascua, vendrían más al caso los relatos de las apariciones del resucitado. Así lo tuvimos los tres primeros. El pasado, del Buen Pastor, dejó aquellos relatos para invitarnos a mirar hacia Jesucristo como el que cuida y vela por nuestra prosperidad para llevarnos al Reino destacando que no existe más que un pastor y que nosotros somos el rebaño, la comunidad de los creyentes a los que Él guía. Este domingo nos retrotrae de nuevo a la Última Cena. Jesús ha compartido la mesa con sus discípulos, ha lavado sus pies como signo del amor de Dios en el servicio y la exigencia para que los suyos hagan los mismo con los demás. Judas acaba de irse y el Maestro comienza a hablar de su glorificación y el amor necesario para ser discípulo suyo.
Jesús anuncia la hora de su glorificación. La gloria puede entenderse como el éxito, la cumbre de un proyecto. Él, que en todo, a lo largo de su vida, ha dado gloria a Dios, hacer que el proyecto del Padre prospere, será encumbrado con un final triunfal. Vislumbramos aquí su pasión y muerte, como la entrega definitiva de su vida para cumplir hasta el final con la voluntad del Padre, y su resurrección, que es la respuesta de Dios Padre a la fidelidad del Hijo. Habiendo dado su vida por hacer conocer al Padre de misericordia, la vida del Padre lo empapa completamente para que lo humano de Jesús participe también de la gloria divina. A esto también estamos llamados nosotros, hijos adoptivos de Dios. Como hijos de un Buen Padre, provocaremos su alegría y la daremos gloria en la medida en que cumplamos con lo que Él es y enseña: ·amarnos los unos a los otros”, que es reproducir en nuestras vidas aquello que Dios vive apasionadamente y de lo cual es fuente: el amor.
Las prisas de Judas, su salida precipitada de la estancia, su no participación en el anuncio de la glorificación de Jesús y el mandamiento del amor… revelan un posicionamiento frecuente en nuestras vidas. El triunfo ha de discurrir a través de la cruz y lo proporciona Dios en el momento oportuno. Él es el que hace todas las cosas buenas, como nos recuerda el libro del Apocalipsis. Él provoca la apertura de una Iglesia con tentación de clausura hacia los ámbitos ya conocidos y de exclusión de nuevas posibilidades (como ya en los inicios de la misma Iglesia hubo pretensiones de censurar a los gentiles la entrada en ella). A pesar de que queramos envejecer sin saberlo, Dios hace nuevas todas las cosas y este domingo nos pone en la tesitura de que, conocida la resurrección de Jesucristo, hemos de participar en su amor viviéndolo en nuestra vida comunitaria, en la Iglesia, a la que alude el libro del Apocalipsis como la nueva Jerusalén resplandeciente, y abriéndolo hacia quienes aún no lo conocen a Él, o lo conocen a medias o se marcharon, sin llegarlo a conocer lo suficiente. La gloria viene y vendrá de lo Alto, no de nuestros esfuerzos, pero pidiendo nuestro esfuerzo, nuestro trabajo como Iglesia que pone sus fuerzas en buscar a Dios y hacerle morada para que sea glorificado, para que triunfe su misericordia.