Is 9,1-3.5-6: Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado.
Sal 95, 1-2a.2b-3.11-12.13: Hoy nos ha nacido el Salvador.
Ti 2, 11-14: El se entregó por nosotros para redimirnos de todo pecado y purificarnos.
Lc 2,1-14: Hoy en la ciudad de David os ha nacido un Salvador.
Aunque es parte de nuestra propia vida no lo alcanzamos a recordar por nosotros mismos. De nuestra infancia no tenemos recuerdos propios, sino los de otros que vivieron a nuestro lado y vieron y oyeron para contarnos. La memoria de esos primeros años de vida se guarda en el corazón de padres y abuelos y los mayores de la casa.
¿Qué les dirían a sus hijos los judíos sobre el edicto del César? ¿Qué le contarían sus padres al Niño de Belén?
Hubo un gobernante que mandó ir, y todos obedecieron, hasta tener que cambiar de casa; para algunos hasta incluso cambiar de casa a no casa. Todo ello por querer hacer cuentas con las personas o ciudadanos del imperio: a más cabezas más impuestos, más caudales para las arcas del estado. El interés principal por sus consecuencias: más infraestructuras, más campañas bélicas, más boato para la corte, más privilegios para los ya privilegiados, más servicios… El “más” no asegura el “mejor” mientras sea un más con cuentas humanas y no se mire por el beneficio de todos. El error comienza en el momento en que intereses más por tu dinero que por ti mismo y tu casa más por las cosas que tiene que por sus moradores. ¿No es para indignarse?
Los pastores, tal vez ni se indignaron. Con un oficio minusvalorado y tan al margen de la vida social, política y religiosa, estaban desposeídos prácticamente de todo y ni siquiera contarían para el censo tributario del César. Los más pobres no sirven ni para las estadísticas. Para ellos cada día traía su afán siempre con rumor de oveja y de cabra. En ellas se trabaja la obstinación y la docilidad (un poco como en los humanos), hay que emplearse con esmero para que acepten la novedad y acepten un camino a estrenar, e insistir una y otra vez. Los pastores cambiaban de casa constantemente, siempre en beneficio de su rebaño, siempre acompañándolo y protegiéndolo. ¿Qué tipo de pastor sería aquel que enviase sin necesidad a sus ovejas lejos y él se quedase tranquilo en su mansión? Por eso el emperador no era pastor, ni los reyes que había tenido Israel; por eso también esperaban con ansia los judíos piadosos un pastor bueno, dispuesto a perseverar junto a su rebaño y a no cansarse de su terquedad y rebeldía. Por eso el Señor cambió de casa e hizo morada entre nosotros.
Cuanto más se llena una casa de trastos más cuesta mudarte a otra. Dios no tuvo pereza para el cambio, porque la suya estaba repleta de misericordia e invitaba a misericordia a otras casas que le abriesen sus puertas. La casa de María y de José, abierta de par en par, estaría vacía de todo, salvo de misericordia y, una vez que nos vino el pastorcillo de lo Alto, se llenó del Misericordioso. Esto no evitó que, como otros muchos, fueran obligados a dejar su casa para irse a empadronar a Belén.
No pocas veces hay que salir de casa sin iniciativa propia; a veces lo manda el emperador (y entendemos aquí la economía: el trabajo, la hipoteca, el desahucio); otras veces lo pedirá el mismo Dios, como a otro pastor, Abrahán: “Sal de tu tierra hacia la casa que yo te mostraré”. Precisamente aquella tierras del Patriarca son estas cuyas casas también tienen que abandonar hoy hijos de Abrahán y hermanos nuestros cristianos, acosados por la intransigencia política y religiosa (sin que haya diferencia entre una y otra) en Irak, en Siria, en otros muchos lugares donde se prefiere custodiar la fe en Jesucristo, el Niño Dios de Belén que conservar la propia casa. Dejan todo para quedarse con una sola cosa, su Dios. ¿Qué les contarán a sus hijos de la Navidad? Entenderán con devoción de lo María y José teniendo que salir de Nazaret, y el Hijo de Dios en un pesebre, sin sitio en la posada. Entenderán todo esto desde la misericordia de Dios que no olvida a sus hijos y que los acompaña y protege hasta dar su vida por ellos. ¿Cómo no se van a sentir tan afectivamente cercarnos a esa familia principiante y al Dios que nace de lo Alto? Así, la casa no importa tanto, ni la estabilidad, ni el estado del bienestar, ni la capacidad de consumo…, sino la comunidad de vida y amor con el Pastor divino.
Y nosotros, que por llenar de cosas nuestra casa la vaciamos de Dios, ¿qué les vamos a explicar a nuestros pequeños? ¿Qué les vamos a dejar? ¿Qué les vamos a contar de la Navidad? Venga, que la renuncia no es amarga cuando es mayor el beneficio. Aquí hay desproporción: es poco lo que se pierde y mucha la ganancia, porque nos ha nacido el Salvador para quedarse con nosotros y no dejarnos.