Gn 14,18-20: Melquisedec, rey de Salén, sacerdote del Dios altísimo, sacó pan y vino y bendijo a Abran.
Sal 109,1.2.3.4: Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec.
1Co 11,23-27: Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido.
Lc 9,11b-17: Comieron todos y se saciaron.
Los problemas son fuente de preocupaciones y malestar, aunque también de soluciones y avance. Una respuesta adecuada a una realidad problemática permite el progreso y queda como ejemplo (como jurisprudencia) para ocasiones similares posteriores.
La comunidad cristiana de Corinto se enmarañaba de cuando en cuando, quizás más que las otras comunidades, en situaciones que requerían una intervención resolutiva. Su padre en la fe, Pablo de Tarso, salía al paso proporcionando palabras exhortativas e incluso su propia presencia entre ellos para alentarlos y esclarecer las cosas. Cuando falta claridad, hay que iluminar con Cristo. Las dos cartas a los corintios son los dos documentos que nos dejan constancia del bullicio de esta comunidad tan singular; y, ofreciendo elementos para superar ciertas marañas de confusión, estas epístolas nos han dejado testimonios preciosos sobre la celebración de la Eucaristía en las primeras comunidades cristianas.
El caso es que en la comunidad de Corinto celebraban un banquete previo a la fracción del pan o cena del Señor, que entendemos que sería la celebración eucarística. En aquellas comidas se daba la circunstancia de que los ricos se hartaban con lo que traían, mientras que los pobres se quedaban arrinconados y hambrientos. Pablo llama la atención sobre ello para denunciarlo como ajeno a la fraternidad cristiana y a la Cena del Señor. Lo escribe unos veinticinco años después de la muerte y resurrección de Jesús, y deja constancia de que ya tenía lugar una liturgia, cuya celebración él había recibido de otros precursores (la comunidad apostólica o discípulos directos de Jesús) y que tenía su origen en el mismo Cristo. Atestigua, por tanto, una tradición de celebración ininterrumpida que parte del mismo Jesús, vinculada a las palabras de la cena de despedida con sus discípulos y que tiene que ver con la misma pasión y muerte del Señor y la fraternidad cristiana.
¿Reconocería Pablo en nuestras celebraciones aquellas de las cuales nos deja constancia? También se escucha la Palabra del Señor, también se comparte el pan y el vino. Y también se celebra entre problemas de la comunidad cristiana que atentan contra la comunión y la fraternidad. ¿Seguirá siendo unión al sacrificio de Cristo, recepción del don de su vida y banquete comunitario? No son pocos los motivos que nos da la situación vital de las comunidades cristianas actuales para interpelar sobre sus carencias y resistencias a la instauración del Reino de Dios. Cuando se oscurece el sentido de la Eucaristía, la vida cristiana se deteriora y necesita del testigo del Señor que exhorte con valentía para reavivar aquella tradición que procede de Jesucristo y que hemos recibido.
Son urgentes nuevas soluciones a problemas viejos, motivos renovados para la unidad con el Señor y la fraternidad, cuando tantos atentados son provocados contra los hermanos, cuando tanto descuido en la relación con Dios, cuando tanto desconocimiento de la encarnación de Cristo y su entrega en la Cruz. Necesitamos quienes vivan con pasión la Eucaristía para que nos apasionen a nosotros y nos hagan vibrar como el que es testigo de un acontecimiento extraordinario.
Mientras, Jesús el Señor se nos sigue quedando tan sutil y delicado en este Pan de vida que anticipa el Reino definitivo y se da como alimento para vivir nuestra relación con Dios y con la fraternidad. La Eucaristía es fuente de soluciones para los problemas y conflictos actuales.