Prov 8,22-31: El Señor me creó al principio de sus tareas.
Sal 8,4-9: ¡Señor, dueño nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra!
Rm 5,1-5: El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado.
Jn 16,12-15: El Espíritu Santo me glorificará, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará.
Con unos instantes que nos detengamos ante cualquiera de los elementos de la naturaleza para observarlo con, al menos, cierta sensibilidad, fácilmente nos cautivará y quedaremos asombrados. Más aún si, en medio de un espacio natural, sencillamente contemplamos cuanto nos rodea. Sin dificultad surgirá la pregunta: ¿De dónde viene esto? Y a esta pregunta antecede la experiencia de una sensación interna de paz, de alegría, de sentirte envuelto en algo bello a lo cual perteneces, que puedes observar y valorar. La naturaleza conmueve.
Y, dentro de ella, es maravilloso, ante todo, el ser que contempla, el hombre. Él es la delicia de la Sabiduría de Dios. Este nombre de Sabiduría, asociado a la divinidad, que aparece reiteradas veces en el libro de Proverbios, como en este domingo, la tradición cristiana lo identificó como una de las designaciones de Jesucristo. Por Él, que había sido engendrado antes de las criaturas, ha sido todo creado, al modo como si fuera su arquitecto que diseña todo y el Padre el jefe y propietario de la obra. El Espíritu Santo sería el constructor. ¡Cómo no entusiasmarse al contemplar al hombre! Y cómo no estremecerse al experimentar el perdón de los pecados como un acontecimiento cierto y eficaz.
Pero, todavía más, qué grande conocer que esta Sabiduría divina, el mismo Hijo de Dios, ha tomado la condición humana y ha muerto en la cruz para que tengamos vida. Para ello nos ha dado a conocer quién es el Padre y que hay un Espíritu Santo. Por Él, por su predicación, por su muerte y resurrección, y por el envío del Espíritu Santo, podemos decir que Dios no es solitario, sino comunidad, relación entre personas, familia, en una conversación eterna donde se causa eternamente un amor sin medida e incondicional capaz de que surja la vida más allá de Dios, capaz del amor más asombroso en el sacrificio del Hijo humanado.
Los secretos de esta familia nos los reveló Él, el Hijo, pero no de tal forma que todo quedase claro. No éramos capaces de asimilar tanta grandeza, tanta belleza, tanto misterio. Era necesario caminar indagando en el mensaje de Jesucristo para aproximarnos cada vez más a esclarecer paulatinamente para nuestros ojos y nuestro entendimiento la luz divina en la relación del Padre y el Hijo en el Espíritu Santo. Y con anterioridad a claridad para la inteligencia humana, aun sin explicitarlo conceptualmente, vivimos y gozamos de esta Trinidad en la vida espiritual en las celebraciones litúrgicas y en cada acto humano afrontado desde Dios. Las palabras resbalan por su limitación, el entendimiento se queda escaso, pero el corazón es capaz de sentir las huellas de su Creador, la caricia de su Salvador y la fuerza del que Da vida. Mientras deseamos que todos nuestros sentidos y capacidades perciban la presencia de Dios Trinidad en nuestra existencia y la gocen.