Jr 31,31-34: Haré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva.
Sal 50: Oh, Dios, crea en mí un corazón puro.
Hb 5,7-9: Él, a pesar de ser Hijo, aprendió sufriendo a obedecer.
Jn 12,20-33: “Quisiéramos ver a Jesús”.
Basta la palma de una mano para sostener un grano, y sobrará mucha palma. Con ese peso tan ligero se pueden hacer diferentes previsiones dependiendo de las expectativas que se pongan sobre él:
Pueden añadirse otras aportaciones sobre los modos de considerar al grano, tantas como las experiencias de su peso y su tacto. ¿Cuánto le pesamos nosotros a Dios entre sus manos? Las mismas que se implicaron en nuestro modelado del barro son la que nos sostienen para seguir siendo moldeadas y dar fruto. A pesar de nuestro poco peso, nuestra pequeñez, tanto ama el Señor estas semillas que somos nosotros que hizo a su Hijo también semilla que se abrió en la tierra para que, muriendo, diera vida a los demás.
Resulta difícil de entender, pero Dios se enamoró de ese gajo minúsculo que somos, proyectando para nosotros una espiga de grano abundante. Pero para ello pide colaboración: que nos abramos a la vida que Él nos ofrece, a la cual no se puede llegar sino con sacrificio de apertura, de renuncia, de esperanza en la Resurrección. Esto también significa servicio, una vida entregada a Dios, para que, en la sepultura de aquello que pone tierra sobre nuestros intereses, egoísmos, proyectos, pecados… emerja el brote que dará un día grano y grano y grano. Aun así Dios no deja de querernos en nuestra pequeñez, y se alegra con nuestra condición menuda.
Él hace nuevas todas las cosas, porque su amor es sanador y rejuvenecedor; tan preciosos le parecemos nosotros, pequeñas semillas suyas, que no tiene en cuenta nuestras deficiencias y el pecado, pero pide que nos abramos a su perdón; no se impacienta con nuestra lentitud, pero quiere que no nos detengamos en la marcha; sabe que, al final del camino seguiremos siendo la misma pequeñez, y sin embargo Él nos ha llamado a ser Hijos suyos.
Se anuncia la muerte de Jesucristo, con ella la nuestra propia; también se preludia la Resurrección, y con ella la cosecha de todo lo que Dios puso en nosotros para ser espiga de vida. ¡Qué grande quien, desde su pobreza, sabe mirar a las manos de Dios Padre y experimentarlas delicadas y entrañables con nuestra semilla! ¡Qué pequeños para todos y qué grandes para Dios! ¡Qué limitados para muchas cosas, pero qué capacitados para una sola: dar la vida por amor a Dios! Luego que Él saque fruto donde nosotros emprendimos obediencia de semilla.