Ciclo B

Exposición del Santísimo Y Oración

 

Exposición del Santísimo 

En San Pedro Apóstol TODOS LOS JUEVES de 19.30 a 20.30

En Santa María TODOS LOS DOMIGOS de 19.00 a 19.30

En Las Mínimas TODA la mañana de 9.30 a 13.00

 

 

 

 

 

 

DOMINGO XIII DEL T.ORDINARIO (ciclo B). 30 de junio de 2024

Sab 1,13-15; 2,23-24: La muerte entró en el mundo por la envidia del diablo.

Sal 29: Te ensalzaré, Señor, porque me has librado.

2Co 8,7.9.13-15: Vuestra abundancia remedia la falta que ellos tienen.

Mc 5,21-43: “No temas, basta que tengas fe”.

 

No nos hemos acostumbrado a los sustos de la muerte. Un día se llevó a un vecino, otro a una abuela, otro a un padre… y sabemos que tenía que ser así, aunque nos cuesta aceptarlo. Por otro lado cierta, enfermedad, las limitaciones físicas, los dolores nos recuerdan que estamos abocados a ella.

            Y, sin embargo, Dios es el amigo de la vida, el que nos la dio y el que nos ha hecho, como recuerda el libro de la sabiduría “para la inmortalidad”. La justicia de Dios, es la que causa esta inmortalidad. Esta justicia se sostiene en su misericordia y busca, desde su libertad, hacer compartir su propia condición divina con sus hijos, no como algo que les pertenezca por derecho, sino por libre decisión de su amor. La envidia del diablo es la oposición a este regalo, la tristeza por un amor que no es entendido en términos meramente racionales, sino desde la misma dinámica de la predilección amorosa.

            El amor de Dios, por tanto, es quien vence a la muerte en nosotros, incluso, siguiendo el libro de la Sabiduría, en todas las cosas. Quien se hace partícipe de esta realidad de amor, y solo puede hacerlo amando, comienza a vivir ya en la inmortalidad de la condición divina. Jesucristo, recuerda san Pablo, se hizo pobre para enriquecernos a todos. En nosotros, sus discípulos, el despojamiento para el ejercicio de la caridad, desde lo material hasta aquellas actitudes que nos endurecen en la acción configuradora del Espíritu, nos acerca al Señor y nos enriquece portentosamente, porque hace sitio para que Dios obre en nosotros. Aunque físicamente esté muy deteriorada, una persona que ama, muestra un caudal maravilloso de vida.

            Para los judíos del tiempo de Jesús la sangre era la residencia de la vida. La mujer que tenía grandes hemorragias iba perdiendo vida sin que hubiese encontrado nadie que le hubiese podido sanar. Los médicos que la han tratado aparecen como incompetentes para un asunto que solo puede resolver el creador de la vida. Con solo tocar el borde del manto del Maestro, Señor de vida, cesan las pérdidas de sangre. No sale Él en busca de ella, sino que el deseo de tener vida la lleva a ella en silencio hasta Él. Qué episodio tan precioso, tal vez repetido muchas veces en la historia, donde diferentes personas se allegan a Cristo anónimamente, alargando su mano en la multitud, para que toque su presencia cuando pasa, esperando encontrar vida.

            La otra protagonista del episodio está muy enferma, a punto de fallecer. Es su padre quien intercede por ella, buscando al Maestro sanador. Ve en Jesús al único que, en esta situación puede salvar a su hija y así lo hace, a pesar de que, cuando llega a casa de Jairo parecía que ella ya había muerto. Las dos sanadas son mujeres. Existe alguna relación entre los años que la mujer anónima lleva enferma, doce años, y la edad de la niña, doce años. Tal vez, porque la pequeña entra en la edad en que será capaz de concebir vida y esto será patente con la primera menstruación, mientras que la otra señora, lleva doce años con menstruaciones terribles que le harían imposible engendrar.

            Jesús aparece como el Dios protector de la vida que causa vida sanando, como un ejercicio de la misericordia del amor del Padre para todos lo que se acerquen a Él o para aquellos por quienes se intercede. Basta con creer en Él, con tener fe. La muerte pierde en Él toda capacidad para asustarnos. 

Programación Pastoral 2021-2022