Ciclo B

Exposición del Santísimo Y Oración

 

Exposición del Santísimo 

En San Pedro Apóstol TODOS LOS JUEVES de 19.30 a 20.30

En Santa María TODOS LOS DOMIGOS de 19.00 a 19.30

En Las Mínimas TODA la mañana de 9.30 a 13.00

 

 

 

 

 

 

DOMINGO XII DEL T. ORDINARIO (ciclo B). 23 de junio de 2024

Job 28,1.8-11: “¿Quién cerró el mar con una puerta?”.

Sal 106: Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia.

2Co 5,14-17: Nos apremia el amor de Cristo.

Mc 4,35-40: “Vamos a la otra orilla”.

Las barcas que prefiriesen tierra firme a lanzarse al agua no sufrirían los envites de las olas ni el rigor del viento en travesía ni tendrían que preocuparse por el naufragio… Cuántas preocupaciones se ahorrarían, aunque a riesgo de escoger una existencia inútil. Tendrían que hacer resistencia ante lo que sus creadores quisieron para ellas; su oficio les pedía ponerse sobre el agua y navegar.

Las aguas en proporciones pequeñas no asustan, porque pueden ser controladas. Sin embargo, en dimensiones de río, de mar, de océano o lluvias torrenciales causan miedo; nos recuerdan nuestra pequeñez y el poder tan limitado con el que cuenta el humano. Solo se puede navegar en el agua en grandes cantidades, donde es una posibilidad la zozobra y el naufragio.

Teniendo agua en abundancia para la navegación la barca puede conseguir cosas como el transporte de personas o mercancías o la pesca en el lugar propicio. De esta forma la utilizaban los discípulos de Jesús; aquellos con los que hacia una travesía cuando el mar se encrespó mientras el dormía.

Job no podía ni dormir. La vida se le había vuelto un mar embravecido y no conseguía llegar a tierra firme. Le habían sobrevenido desgracias numerosas, la muerte de sus hijos y una terrible enfermedad. Pero aún se mantenía a flote, porque, aunque no sabía por qué le sucedía todo aquello, confiaba en Dios y esperaba en Él, más allá de lo que la razón le daba de sí. Las palabras de la primera lectura, del libro de Job, son la respuesta de Dios al hombre que sufre: es el Creador del mar, el que le ha puesto límites para no acabar con el hombre, porque el Señor ama al ser humano y, aunque no le prive de sufrimientos, no lo va abandonar, lo hará más fuerte, lo llevará al crecimiento de su fe.

¿Qué les habría pasado a los discípulos de Jesús para no tener “aún” fe? El poder amenazador y destructivo del mar los aterraba y olvidaban que Dios era el creador del mar. La confianza de Jesús en su Padre impedía que la tempestad lo inquietase. El sueño de Jesús mientras alrededor se produce el caos es signo de que su descanso está en el Padre Dios. Si sus discípulos no han descubierto que el Maestro es el Hijo de Dios todavía, ese “aún” es la visibilización de que están en camino, pero les falta, su fe no es suficiente, porque no dan credibilidad al poder de Dios manifestado en Cristo Jesús.

El amor de Cristo es un mar inmenso que hace pequeños todos los mares. Las palabras de san Pablo en la segunda lectura nos hablan de Cristo como el que resucitó, el que venció a la muerte y el pecado. El agua aterra, porque puede dañar, porque mata; Jesús da paz y esperanza, porque es superior a la muerte. En él nuestra fe “aún” pequeña o inmadura crece. Los acontecimientos y circunstancias amenazantes son convertidas en oportunidades para, como el mar de los navegantes, llegar a lugares nuevos y volver a casa enriquecido con tesoros maravillosos. Siendo la fe un regalo de Dios, acogemos ese don si aceptamos poner más esperanza en Jesucristo que en cualquier amenaza o desgracia que nos zarandee. 

Programación Pastoral 2021-2022