Hch 9,26-31: La Iglesia se iba construyendo y progresaba en la fidelidad al Señor.
Sal 21: El Señor es mi alabanza en la gran asamblea.
1Jn 3,18-24: No amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras.
Jn 15,1-8: “Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el labrador”.
Un seguro de decesos es, tal vez, uno de los pocos compromisos de por vida que se aceptan como razonables e incluso como necesarios. Se paga una cantidad asequible cada mes… hasta la muerte y, si se deja de pagar (importante revulsivo para no hacerlo), se pierde todo lo invertido. El fin de todo ello, liberar a los cercanos de tener que asumir los costes de lo relativo al fallecimiento. Los compromisos de por vida son solo frecuentes en la medida en que garantizan unas prestaciones que esperamos disfrutar cuando llegue el momento. Lo que en otro tiempo se entendía comúnmente como algo que precisaba una larga temporalidad para poder prosperar ya se vive con mucha más flexibilidad.
Hay compromisos duraderos que se verbalizan sin creerlos realmente. Aquello de “hasta que la muerte os separe” se presenta como algo romántico, más que realista. Aun así hay todavía realidades a las que uno está dispuesto a arrojarse al vacío de la incondicionalidad, si se siente impulsado a ello.
¿Qué nos lleva a comprometernos? ¿Por qué cuesta comprometernos radicalmente? El Evangelio de este domingo exhorta a una entrega total, a una pertenencia absoluta a Cristo, como los sarmientos dependen de la vid.
Utiliza dos grupos de verbos: unos asociados a la separación de Cristo (arrancar, tirar fuera, secar, arder) y otros a la vinculación a Él (permanecer, dar fruto). El fruto es el éxito del sarmiento y de toda la vid, con él se da gloria a quien puso allí la vid y cuidó los sarmientos. Otro verbo, inicialmente traumático para el sarmiento, podar, habla de un sacrificio necesario para un fruto abundante. Esto corresponde al labrador, que conoce la vid y el potencial de sus sarmientos.
La permanencia en Cristo de por vida puede asustar si observamos con seriedad lo que implica. Pero es el único modo de prosperar aquí y hacia la vida eterna. Una tarea exigente porque, ¿Cómo no querer corresponder con la propia existencia con Aquel cuya vida no fue otra cosa más que entregarse en amor para que tengamos vida? Dios ha sido el primero que se ha comprometido con nosotros para siempre, para la eternidad, aun a riesgo de que prefiramos ser arrancados y tirados al fuego para arder lejos de la fuente de vida que es Él. Tanto nos ama, que se arriesga a sufrir por nosotros.