1Sam 3,3b-10.19: “Aquí estoy; vengo porque me has llamado”.
Sal 39: Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
1Co 6,13c-15a.17-20: “¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo?”
Jn 1,35-42: “Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo)”.
El jovencísimo Samuel se presentó tal cual era y todo lo que era cuando escuchó su nombre en la noche. Se levantó y dijo: “Aquí estoy”. ¿Qué expresaba de aquella forma y con esas palabras? ¿Obediencia, docilidad, diligencia, disposición para el trabajo…? No hay quejas por la inoportunidad, tampoco petición de explicaciones o enfado justificado por el momento y el modo. Detrás de un “aquí estoy” puede haber mucho. La nocturnidad lo hace todavía más interesante. Podríamos imaginarnos a nosotros mismos durmiendo profundamente por la noche y siendo despertados por alguien que reclama nuestra atención pronunciando nuestro nombre…
Existen múltiples formas de reclamar la atención de alguien. Unas de las que esperan un éxito mayor e inmediato son aquellas que cautivan a través de elementos de vivo interés como un estímulo placentero, que reporta alegría. Lo sabe el mundo comercial y las estrategias psicológicas desde las que actúa. Se puede obtener un comprador coyuntural o un fiel de larga duración; depende si el que es interpelado le ofrece algo de su dinero o su corazón (algo exagerado, pero posible, cuando uno se deja embaucar casi sin darse cuenta, haciendo de ello una parte importante de su vida). También cabe la posibilidad de levantarse ante el reclamo de sus propios pensamientos. Es fácil que aquí surja una especie de sonambulismo, donde parece que se está despierto, pero, más bien se está dormido. Por eso es importante también conocer a aquel o aquello que nos llama. No es lo mismo atrapar la atención con cosas que engatusan que pronunciar un nombre. Para pronunciarlo tiene que haber alguien y tiene que conocerte, y que el fin por el que te llama sea bueno para ti. Hay quien pronuncia constantemente el nombre otro para someterlo. Una llamada espera una respuesta. ¿A decimos “aquí estoy”, aquí me tienes, dispón de mí, cuenta conmigo? ¿A quién estamos dispuestos a decirlo? Samuel lo hizo, como discípulo, con su maestro, el sacerdote Elí. Lo haría con mucha más entrega, prestando su oído, su escucha a Dios: “Habla, que tu siervo escucha”. Tuvo la ayuda de una persona con más experiencia que le indicó hacia dónde tenía que dirigir su atención.
El Evangelio nos muestra también a un maestro y dos discípulos, Juan el Bautista y otro. En este caso la historia no se desenvuelve durante la noche, sino de día y con unos discípulos que ya parecen buscando. Su búsqueda los ha llevado a Juan. Y es Juan el que les habla invitándoles a mirar a quien él mira. Las palabras en torno al ver se van a repetir. La escucha es completada con la vista, entendiendo ver como conocimiento profundo de la realidad. El nuevo maestro al que les ha remitido Juan les ha invitado a ir y ver: “Venid y veréis”. Seguirlo es expresión de su discipulado. Lo primero que aprenden es el lugar donde vive Jesús, donde mora. Por el contexto del pasaje y el contenido del evangelio de Juan la vivienda del Maestro es su relación con Dios Padre en el Espíritu, el hogar de la familia trinitaria. Los protagonistas que se acercaron a contemplar el amor entre Padre e Hijo recuerdan el primer encuentro con Jesús como algo profundamente grabado en su memoria: “Las cuatro de la tarde”. Y se quedaron con este nuevo maestro aquel día. Lo que les ofrecía superaba la enseñanza y la morada del Bautista. Pero no solo quedan cautivados, sino que llaman a otros, Andrés a su hermano Simón, para que vean lo que ellos han visto, al que ellos han mirada y que reconocen como Mesías. Jesús, ante Simón, se le queda mirando y profetiza la misión de este nuevo discípulo con un nombre nuevo: “Cefas” o Pedro, como piedra y fundamento de su Iglesia. Han encontrado al Mesías, a quien merece la pena prestar el oído y la mirada, la atención. Con Él irán aprendiendo cada vez una entrega mayor.
De esta entrega habla Pablo hablándonos del cuerpo humano. Él lo declara “templo del Espíritu”; por lo tanto, morada de Dios, donde se escucha y contempla la vida trinitaria. Nuestro cuerpo dice: “aquí estoy” y, al decirlo y realizarlo, todo lo que somos está ahí. Por eso precave del peligro de dejar cautivar nuestro cuerpo por lo relativo a la sexualidad en un ámbito inadecuado, porque queda implicada toda la persona y afecta a la morada de Dios. Las llamadas del afecto y la sexualidad son muy poderosas, pero no se les puede conceder la atención sin más, sino en la medida en que sean constructivas para nosotros, desde el orden que Dios nos pide.
Es Dios quien llama por nuestro nombre y nos llama para el seguimiento, para conocer la vida divina, para que a través de nuestros sentidos, escucha y mirada, nos llenemos más de su amor. Nuestra respuesta debe ser un: “aquí estoy” incondicional a quien pronuncia nuestro nombre, porque nos ama.