Is 60,1-6: ¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz!
Sal 71: Se postrarán ante ti, Señor, todos los pueblos de la tierra.
El 3,2-6: También los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo.
Mt 2,1-12: “¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido?”.
No por tener muchos guías se llegará antes ni mejor o ni siquiera se garantiza que se llegue. Si han de ser varios, tampoco tienen por qué trabajar a la vez, sino cada uno a su tiempo; lo más importante es que conozcan el camino y con quien se camina, porque no basta con ser claro, también que esta claridad pueda asimilarse con provecho. De parte del guiado, es preciso saber interpretar, saber apreciar, dejarse conducir. Cuando convergen ambos polos diáfanos, es decir, sin aspavientos ni adornos innecesarios, el que guía y el que es guiado, uno esmerándose y el otro dócil, entonces no habrá meta que se resista. Más aún si el que guía, mediando personas, cosas y acontecimientos, es el mismo Dios.
Dos guías les indicaron a los Magos: La estrella y la Palabra, la razón y la fe. Para ser exactos, uno solo guiaba, el Altísimo, que se servía de estos dos ayudantes: primero el cosmos y luego las Sagradas Escrituras. La inquietud humana por saber y profundizar en el misterio de las cosas también procede del Señor. Así nos ha plasmado, buscadores de su Creador, para encontrar el "inencontrable", para ofrecer las manos a quien es inabarcable, pero se deja tomar de la mano para caminar juntos más allá. Como con travesuras de quien es avezado en juegos, Dios poniendo pistas aquí y allá: en el firmamento y en la Biblia. El hallazgo podrá traer desconcierto, no coincidir con lo que se esperaba, apuntar a otra parte distinta a la que se sospechaba… aunque siempre será maravilloso. No con maravilla de cosmos, que es muchísima, pero restringida; no con peso de Palabra de Dios, inconmensurable, sabia, eterna, pero indescifrable sino desde el Verbo encarnado. Solo el encuentro con Cristo hecho carne culminó la búsqueda, pero no detuvo el movimiento. A partir de entonces tuvieron que comunicar y transmitir la alegría del recién nacido Salvador y el deseo de que el anuncio de su venida llegue a todos los lugares del mundo para que recibir el regalo de la esperanza del Dios con nosotros.
Un signo celeste los puso en camino. Se dejaron seducir más por su mensaje que por su belleza. El rey Herodes, aun sin saberlo, les sirvió también de mediador al facilitarles el acceso a las Escrituras. Para un buen buscador todo, aun incluso lo que despista, les sirve para seguir avanzando.
Lo que le pudieron ofrecer tres regalos fantásticos por lo que llevaban tras de sí quedaba tan pobre en comparación con lo que el Niño ofrecía, que recuerda nuestra pobreza al querer ofrecer y entregar a Dios. Con ello también mostramos, como guías, como un hilo que lleva a nuestro corazón y lo que allí hay.