Sb 2,12.17-20: “Acechemos al justo, que nos resulta incómodo”.
Sal 53: El Señor sostiene mi vida.
St 3,16-4,3: Donde hay envidias y rivalidades, hay desorden y toda clase de males.
Mc 9,30-37: “Quien quiera ser el primero, que sea el servidor de todos”.
A los adultos no se nos fueron por completo las cosas de niños; unas veces por ingenuidad y capacidad para dejarnos sorprender y otras por caprichosos y dictadores. En el primer caso, cosas de todos los niños que no han de perderse; en el segundo, de los niños mal educados (porque no hubo quien les enseñase bien o porque se resistieron a aprender). Entonces perseveraron con una importante carencia en su educación.
Siempre hay tiempo para aprender, aunque ay de quien intente enseñar a los adultos aniñados, a los mayores con sus niñerías, en sus cosas mal aprendidas. No es extraño que el maestro de valores y principios (“justo” lo llama el Libro de la Sabiduría) moleste a los tercos y obcecados que se endurecen. Basta con observar cuánto nos fastidia una corrección oportuna. El que se abre a revisar y aceptar un buen consejo, venga de donde venga (de personas queridas, de un superior, de un enemigo, de los padres, de los hijos… de la propia vida), se hace posible para sí el cambio a mejor, aunque inicialmente cueste reconocer lo que está mal.
Tampoco es deseable dejar un aprendizaje importante a medias, porque puede causar confusión dando a entender que se completó la enseñanza y que no hay ya nada nuevo que aprender en la materia.
En cierto modo así se encontraban los discípulos de Jesús, el Maestro. Sin haber aprendido mal, no lo habían aprendido todo y aún prevalecían en ellos cosas de niños (de los niños mal-educados). Uno de los principios de una infancia sana es dejarse querer y saberse amado. Los mayores pueden intentar ganarse la querencia a fuerza de lo que sea. Destacar de alguna manera entre los demás es una de sus formas. De nuevo una gestión aniñada para un reto existencial. Mientras que Jesús les habla del camino maduro para el crecimiento: entregar la vida por los demás, hablando de su propia muerte, no solo no lo entienden los suyos, sino que además se preocupan de lo contrario. La Cruz tiene una potente capacidad de hacer crecer, porque tiene su centro en el amor, en el servicio, en la confianza en Dios. Y ¿qué es la Cruz para nosotros? Podríamos decir que todo aquello que nos lleva a la obediencia de Dios Padre, a asentir y trabajar por la misericordia. Lo que puede llevar a grandes sacrificios y renuncias (fundamentalmente del amor propio).
Esto son cosas de niños, sí, de quienes no perdieron docilidad ni frescura para dejar que Dios les siga enseñando.