Am 7,12-15: “Ve, profetiza a mi pueblo Israel”.
Sal 84: Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación.
Ef 1,3-10: Nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bendiciones.
Mc 6,7-13: Salieron a predicar la conversión.
Pronto les concedió el Maestro oficio a los Doce. No esperó una cualificación excepcional. Tras unos meses, quizás solo semanas, de permanencia con Él, los envió para predicar la conversión, expulsar demonios y curar enfermos. En el aprendizaje de las cosas de Dios no todo es recibir con atención paciente; también es entrega generosa y esforzada mientras se va aprendiendo, aunque no se tengan todas las lecciones sabidas ni aprobadas. La carrera del cristiano contiene muchas prácticas.
Desde el momento en que uno recibe algo de Dios, ya está cualificado para dar. Y tendrá que dar en la medida en que le pide Jesús que dé. Primero hubo llamada: “Llamó a los Doce”. Luego misión: “Los fue enviando de dos en dos”. También instrucciones para hacer y dejar de hacer. Y en todo ello la autoridad que les otorga para acreditarlos, para capacitarlos en la lucha contra el mal: “Les dio autoridad sobre los espíritus inmundos”. Antes de que conozcan al Crucificado y Resucitado, ya se han convertido en sus agentes para el Reino, para preparar al pueblo a la misericordia de Dios. Por muy poco preparados que se sintiesen, con apenas recursos, sin brillo elocuente o inexpertos en la materia, el Maestro los enviaba, el Hijo de Dios los capacitaba con su Espíritu. Suficiente.
También encontraban precedentes en episodios antiguos donde los trabajos encomendados por Dios parecían resultar demasiado grandes para su trabajador. Amós era pastor y cultivador de higos. El Señor lo mandó a Betel, dejó sus rebaños e higueras y fue. No fue por otra cosa, sino porque se lo dijo su Señor. Al sacerdote Amasías no le pareció conveniente su presencia en aquel territorio real. Suficiente tenía en rey con sus cosas como para ser importunado por un hombrecillo insignificante. Los poderosos disponen sus asuntos a su manera, las más de las veces al margen de Dios y en contra de sus leyes. Si no se les recuerda Quién es su Señor y su condición de servidores para quienes llaman súbditos suyos, causaran estragos de injusticia. También ellos son enviados para una misión de gobierno y prosperidad del pueblo.
A Amós se le quería como profeta, pero de otros; la religión oficial no toleraba que se inmiscuyera alguien no acorde al régimen. Se lo recordó el sacerdote Amasías. La respuesta de Amós impresiona: se reconoce inexperto, pero aún más enviado por Dios. Hará lo que Este le diga, no lo que quieran los hombres, ni siquiera el mismísimo rey. ¿Tendrá éxito un profeta tan imperito? No se arrogó él ese trabajo, sino que se lo pidió el Señor, y por lealtad a su Dios no dejará de hacerlo, aun sabiéndose poca cosa.
El caso no extraña en exceso a quienes pasan tiempo con el Señor. Y, por lo general, no hay que esperar mucho para que Él pida ponerse en movimiento. Los bendecidos por Cristo con toda clase de bendiciones están llamados a una santidad que tiene mucho de obediencia y de beligerancia; de aceptar la misión a la que llama Dios y enfrentarse a unas actitudes deshumanizadas entre los paisanos. La sensibilidad cultivada en la contemplación del plan divino para la humanidad, se levanta contra todo aquello que atenta contra esta belleza. La cuestión es acuciante, por eso urge acudir allá donde Dios pida, con el instrumental necesario para la misión, pero sin apegarse a los medios ni a los éxitos. Sobre todo atentos a su palabra y a cumplir con el oficio que Él nos pida.