Ex 2,2-5: “Es espíritu entró en mí, me puso en pie y oí que me decía...”
Sal 122: Nuestros ojos están en el Señor, esperando su misericordia.
2Co 12,7b-10: “La fuerza se realiza en la debilidad”.
Mc 6,1-6: Se admiraba de su falta de fe.
Sin el Espíritu, Ezequiel ni se habría puesto en pie ni habría oído a Dios ni habría arengado al pueblo rebelde. Sin el Espíritu habría habido Ezequiel, pero no profeta. Sus paisanos habrían carecido de la necesaria reprensión para corregir su actitud rebelde contra Dios y contra sus prójimos, habría prevalecido la injusticia y con el corazón endurecido. Faltando el Espíritu arrebatador, desaparecerán las voces insumisas, interpelantes, agresivas hasta perforar el callo de las entrañas y producir un escozor que provoque para la transformación. No dejará el Señor de enviar su Espíritu, el drama aparece después, cuando no se le permite apasionar los corazones, sino que, se le resiste con indiferencia y conformismo.
Los malos son algunos, tal vez no excesivos en número; capaces de bondad, pero comprometidos con la iniquidad por propia elección. Siempre susceptibles de conversión al bien, del cual proceden y hacia el cual están llamados. El peligro se manifiesta cuando crean escuela. Sin necesidad de más malos, basta con que el resto transija. La sensibilidad humana se altera con las grandes tropelías, pero acabarán digiriendo hasta piedras de molino si va otorgando pequeñas concesiones. En lo paulatino no detectará la gravedad hasta darse cuenta de lo lejos a lo que se puede llegar. No hace falta unirse activamente a la maldad, basta con callar, con esconderse, con mirar para otro lado; basta con castrar la profecía y claudicar a la invitación de ser profeta.
Nos detenemos precipitadamente ante ciertas situaciones y dificultades con necesidad de profecía. Se amarra al Espíritu para que no se exceda. Dejamos los excesos para aquellos momentos que titulamos como los “placeres de la vida”, pero escasamente para el oficio de profeta. Y es que el profeta, el cauce del Espíritu de Dios, ayuda a contrapesar el desajuste personal y social, hiriendo para hacer supurar, sajando para dejar entrar en la herida al Espíritu de Dios. ¿Dónde nos quedamos cuando el Espíritu nos pide este trabajo?
Más preocupante aún cuando en nuestra Iglesia no solo hay resistencia al Espíritu, sino que se censura al mismo Espíritu operante en otros. La miopía perversa del que censura, critica, calumnia, despelleja… al que se deja llevar por el Espíritu de Dios lo pone inmediatamente en el bando del malvado. Lo tuvo que sufrir el Maestro entre sus paisanos, los suyos: vecinos, amigos, familiares, conocidos… la pobreza y la sencillez no están reñidas con la inquina y la ignorancia dañina. Prevalecieron los juicios y prejuicios sobre Él, por paisano, por cercano, por suyo, e impidieron las luces del Espíritu. Así les fue y así nos seguirá yendo a nosotros si no hacemos caso a los profetas de Dios y si no nos convertimos nosotros mismos en profetas.