Hch 4,8-12: Ha sido en nombre de Jesucristo.
Sal 117: La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular.
1Jn 3,1-2: Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios.
Jn 10,11-18: “Yo soy el buen Pastor”.
Cuando las manos de Dios se implicaron con primor en la tierra dio forma al ser humano. El verbo hebreo que es utilizado en el momento de la creación de Adán puede ser traducido por también “construir”. Dios edificó al hombre con la misma tierra que ahora los hombres usan como adobe o ladrillo para levantar paredes y hacer sus casas. Los otros días de la creación Dios había creado una casa para el hombre, el último día Dios crea una casa para sí mismo en el corazón del hombre. Este hogar, al estar hecho de polvo de suelo, era poco consistente, pero tenía capacidad de solidez si era levantado sobre una piedra angular robusta y firme. Los arquitectos que no conocen los planes de la construcción de Dios rechazarán la piedra que para el Señor es fundamental, piedra angular, imprescindible para edificar. Esta piedra es identificada con Jesucristo, el Nombre del Padre, quien nos dice cómo debemos llamar a Dios y relacionarnos con el que nos construye para vivir en nosotros. Estos dos elementos: piedra angular rechazada y Nombre aparecen en la primera lectura y el salmo. Ambos remiten a Jesucristo como el que ha restablecido la movilidad en un paralítico y el que permite edificar con garantías.
Además, Dios no solo nos ha escogido como hogar, sino también como hijos suyos. Si el mundo no lo conoce, debemos ser testimonio vivo de que Él vive en nosotros, de modo que, conociéndonos a nosotros, cómo vivimos, tendría que llevar a los hombres hacia Él.
Junto con las designaciones de Jesucristo como “piedra angular” y “Nombre”, destaca la liturgia de este domingo la de “buen pastor”, donde abunda en detalles sobre el significado de las otras dos. La imagen sugiere mucho aun sin explicaciones. Jesús se define a sí mismo como Buen pastor empleando tres verbos:
Yo soy: recuerda al nombre que Dios le dio a Moisés cuando este le pedía saberlo: “Yo soy”, le dijo. Aquí identifica el “yo soy” con un pastor que da la vida por las ovejas. Aclara que no es un asalariado, que se preocupa de las ovejas en la medida en que les procura un beneficio, sino que Él da la vida por sus ellas, sus ovejas. Define bien su identidad, determinada por su relación con las ovejas: es el que ama. Es indispensable que un guía o gobernante sepa bien quién es y lo demuestre con su vida, porque, de esa forma, se conocerá lo que se puede esperar de él y facilita a quienes tiene a su cargo saber también quiénes son ellos, qué lugar deben ocupar.
Yo conozco: al rebaño se le puede conocer en su conjunto, pero esto es más propio del asalariado que no ama al rebaño. En el caso de Jesús conoce a cada oveja y conocer es en este caso acoger, aceptar, identificar las necesidades y posibilidades de cada oveja en particular. Para ello hace falta una implicación afectiva grande. Pasar muchos ratos con alguien para aprender de él en lo que dice y calla. Es un requiso necesario para el amor; solo el que conoce, ama.
Yo entrego mi vida: esto es lo decisivo donde se confirma lo anterior. Se trata de una entrega libre a partir de un mandato. Por amor al Padre obedece lo que este le manda, que es amar a cada oveja de su rebaño, y este amor lo lleve a dar su vida por ellas. La obediencia del Hijo es un acto de amor. Dejarse amar por Jesucristo implica obedecerlo, confiar en que lo que Él ofrece es lo mejor y parte del Padre para compartir su bondad y misericordia.
El Dios “yo soy” que se reveló a Moisés y a su pueblo, se muestra ahora con mayor claridad en Jesucristo como el que es, el que conoce, el que ama entregando su vida. Será difícil encontrar otros dirigentes, gobernantes, pastores así, que busquen tanto el bien de su rebaño hasta dar su vida por él. Acompañados y enseñados por este Pastor, el Espíritu irá edificando en nosotros el hogar de Dios bajo la obediencia al mandato del amor del Padre. Entonces, contemplando la casa, entenderán quién mora allí, siendo testimonio de que Dios realmente vive y vivifica haciendo construcciones bellísimas.