Jn 15,1-8: Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante.
La semilla ajena a la tierra vivirá con facilidad de itinerancia y sin compromisos. Donde no hay compromiso, tampoco provecho alguno hasta que se vincule a un lugar. Entonces, vinculada a un terreno concreto iniciará una etapa nueva en su existencia. La primera actividad del grano introducido en la tierra es un despliegue en raíces para poder despegar en vertical con el primer brote. A la altura en el exterior le precedió la extensión en el interior; un trabajo oculto a los ojos, pero intuido en el tallo que salió a la luz. El proceso que comenzó en el ejercicio de las raíces culminará en el fruto y todo fruto lleva en sí el cuajo de la historia de la raíz.
Lo que habían visto de Pablo delataba sus raíces y por ello no les parecía de fiar. Las permanecen escondidas y pervivirán, aun cuando se haya acabado con todo lo de fuera y no quede ni rastro a la vista de la planta. ¿Había cambiado su conducta? Aparentemente sí, pero podía fingir para algún fin dañino. Si no había cambio de raíces lo que veían era cosa de un actor. ¿Cómo cerciorarse de un verdadero cambio? El apóstol Bernabé lo abalaba; había constatado que realmente Pablo había cambiado sus palabras y sus obras lo acreditaban. Es muy difícil hablar apasionadamente del Señor si uno no se ha encontrado con Él; casi imposible perseverar en obras buenas si no son buenas también las raíces. Se arraigó a Cristo y germinó un Pablo nuevo, reconocido por sus frutos.
La imagen del pastor recogida por Jesús ofrecía al guía y cuidador en itinerancia; la de la vid viene resaltando un vínculo de raigambre necesario para el fruto y con insistencia en el verbo “permanecer”. La permanencia requiere de perseverancia, fidelidad, confianza, compromiso... y paciencia. Si Jesús se presenta como vid, a los sarmientos los interpreta como discípulos, que darán fruto en la medida en que se encuentren, no solo sujetos sino injertados, introducidos en la misma cepa. Los frutos de los sarmientos delatan la raíz de la que se partió. Entre los buenos, hay también resultados mejorables o claramente indeseables. Las raíces del cristiano no solo ni principalmente han de tener un carácter teórico o doctrinal con razones para creer, sino que es más decisivo aún que haya cautivado el corazón, que parta del afecto. Las obras reconocidas como egoísmo, descuido del trato con Dios, indiferencia ante los demás, resentimientos, dureza para el perdón, indisposición para reconocer los pecados propios y para apreciar la valía de los otros... delatan raíces ajenas a Cristo.
Además de permanecer subraya el verbo “podar”, que podríamos identificar con un interés por la humildad, la más bella de las virtudes. Que el sarmiento no se crea que el fruto es logro principal o exclusivo suyo, que no se olvide de la cepa y sus raíces, que agradezca el agua y el sol y la pámpana, que conozca que es miembro de un grupo donde él solo es un sarmiento entre muchos. La poda reduce al mínimo las dimensiones del sarmiento una vez que ha dado fruto o no, con expectativas que siga dando e incluso más. Despojarse de lo innecesario en un movimiento doloroso, para seguir creciendo y produciendo y sin perder nunca el amarre o la referencia en la vid, en Cristo.
Que el fruto, el buen fruto, que comenzó en las raíces sea el éxito de la vid completa y con él se dé gloria a Dios Padre, el labrador.