VIGILIA PASCUAL. 5 de abril de 2015
Gn 1,1-2,2; Gn 22,1-18; Ex 14,15-15,1; Ex 15,1-18; Is 54,5-14; Is 55,1-11; Is 12,2-6; Bar 3,9-15.32-4,4; Ez 36,16-28; Rm 6,3-11; Mc 16,1-7.
El hueco del sepulcro acogía el destino inexorable del género humano: la condición mortal, de la que nadie puede escapar, y la condena del inocente, como la confirmación de una especie de “selección natural” donde el poderoso somete al débil hasta su anulación. La cavidad era pequeña, pero albergaba en su seno la esencia de la historia de la humanidad: muerte y tiranía, temporalidad y pecado. De nuevo el género humano sentenció el final irrevocable y la piedra de la tumba lo selló, pero hubo algo novedoso, porque en esta ocasión silenció al mismo Dios, el mismo que se presentó o se ausentó silencioso en el sinfín de injusticias de la historia.
Por cierta condescendencia habría que otorgarle el turno de palabra a este Dios desacreditado con la pasión y muerte de su Hijo y de todos los hijos de los hombres antes y después del Maestro Nazareno. El final está claro y rubricado en el sepulcro. ¿Qué hubo al principio?
Con solo pronunciar Dios le dio el ser a cada una de sus criaturas y en cada una, encontró bondad y belleza (“vio Dios que era bueno-bello"). Desde el Principio su Palabra está ligada a la vida, a la bondad y a la belleza. La semana creadora llega a su culmen dándole vida al ser humano, hombre y mujer, en él cobra sentido cuanto creó anteriormente, provocando aún mayor admiración pues vio Dios que era muy bueno, muy bello.
Palabra, vida, bondad y belleza estarán necesariamente unidas a la historia de la salvación y solo desde estos pilares podremos acercarnos a ver lo que ven los ojos de Dios y a sentir lo que siente su corazón, es decir, a su proyecto y a su voluntad.
Las mujeres que se acercaron el domingo al sepulcro del Señor no aguardaban encontrar más allá de lo que la evidencia de la cruz y lo que nuestra naturaleza concede. Una pesada piedra trazaba la frontera entre el terreno de los vivos y del muerto. Se preguntaban quién les movería aquella pesada puerta para acceder al interior de la tumba. Sin embargo, la encontraron corrida. El Dios que hizo rasgar los cielos y el velo del templo indicando la superación de la distancia entre lo divino y lo humano, aportaba la novedad que sobrepasaba la naturaleza humana abocada a la muerte. El anuncio de la resurrección de Jesucristo inauguraba la esperanza de la vida y de la victoria sobre toda injusticia.