JUEVES SANTO. 1 de abril de 2021
Ex 12,1-8.11-14: Este día será para vosotros memorable.
Sal 115: El cáliz de la bendición es la comunión con la sangre de Cristo.
1Co 11,23-26: He recibido una tradición, que procede del Señor.
Jn 13,1-15: Los amó hasta el extremo.
Nuestro Señor ha preparado un banquete. Que no haya descuido con esta mesa que tanto nos ha de alimentar. Que no falte el alimento, el que comieron nuestros hermanos mayores en Egipto, cuando el Señor los liberó de la esclavitud y los guio por el desierto acompañándolos en su caminar. Que no falten el cordero y las hierbas amargas; que haya pan ácimo, pan sin fermentar. Es necesario recibir el sustento necesario y celebrar la victoria del Señor que protege a su pueblo.
Que no falten los manjares del nuevo banquete donde el pan y el vino han de traspasar las delicias de su condición para traernos mucho más que pan y mucho más que vino. Que no falte el que los ofrece asociados a su propia vida hasta hacerlos cosa suya, cuerpo suyo, exquisiteces para la participación divina y que no falten sus elegidos para que nunca deje de prepararse la mesa y transmitir lo que Él nos entregó.
Que no falten las palabras que hacen memoria del pasado y del futuro para vivir el presente. Palabras que nos dicen lo que sucedió y que no quedará completamente resuelto hasta la gloria definitiva.
Que no falte el agua para una milagrosa transformación, como sucedió en Caná cuando la boda. Si allí manifestó Cristo su compromiso de Esposo con la Iglesia partiendo de la simple agua de unas tinajas, aquí ratifica su amor con otro milagro que nace del agua. El agua no sube a la mesa del banquete por sí misma. Habiendo comida de pan, y bebida de vino, no se echa de menos el agua. Y, sin embargo, esto que celebramos, que nos dejó preparado Jesucristo, exigía un agua cualificada.
La tomó al final del banquete. Estaba aparte, pero Él la arrimó a la mesa y a los comensales; era necesaria hacerla partícipe de aquello que se celebraba. El rumor del agua en la vida de Cristo suena en muchos momentos y todos vinculadas a la vida: su bautismo, el primero de sus signos en la boda de Caná, el encuentro con la samaritana... el costado abierto tras su muerte del que brotaba agua junto con la sangre.
El mismo Jesucristo llegó poderosamente a nuestra vida por medio del agua, un agua misteriosamente tocada por el Espíritu; se nos derramó y quedamos empapados de este Espíritu cuando nuestro Bautismo. Algo tan necesario para la supervivencia se había convertido en otra cosa completamente gratuita para la vida eterna.
El agua de aquella cena de despedida contenía el rumor de nuestro bautismo y cuando volvemos a escuchar cómo es vertida sobre los pies de sus discípulos por el Señor, no ha de dejar de recordarnos nuestro compromiso con esta mesa, desde los alimentos primeros hasta el agua. El bautismo nos compromete con el alimento, que no ha de faltar en ninguna mesa, con el pan y el vino del Cuerpo de Cristo, con la Palabra... pero no estarán completos sin el servicio, no se aceptarán como regalos del amor de Dios si no nos convierte a los comensales en servidores el amor.
Que no falten los invitados a este banquete, que se quedan en él hasta el final y lo viven todo como banquete. Que no falten quienes se dejan servir por el Señor para comunicar alegres esta experiencia sin otro testimonio que su propio servicio. Que nadie nos llamemos cristianos, de Cristo, sino porque, buscándolo a Él, hemos tenido que inclinarnos para descubrirlo entre los pies (las pobrezas, heridas, humillaciones, pecados) de los hombres, y allí hemos aprendido el don de su misericordia.