Jr 31,31-34: Meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones.
Sal 50: Oh Dios, crea en mí un corazón puro.
Hb 5,7-9: Aprendió, sufriendo, a obedecer.
Jn 12,20-33: A quien me sirva, el Padre lo premiará.
La importancia del grano de trigo es escasa para el sembrador si no llega en tropa. Poco le ha de preocupar que se eche a perder un grano que, por sí e individual es insignificante para sus expectativas, porque piensa en dimensiones de cosecha y lo que deje de dar un solo grano apenas resta, en todo caso nada perceptible en el montón. Sin embargo, así se mostraba este Maestro galileo al que querían ver unos griegos, unos judíos de cultura helenística. Sin duda, habrían oído hablar a Jesús y deseaban satisfacer su curiosidad una vez que se habían acercado a Jerusalén para celebrar la fiesta. El Maestro precave sobre lo que se van a encontrar: una gloria que no es la habitualmente esperable, sino que comparte la dinámica de la semilla de cereal donde su victoria ha de pasar por el riesgo de lanzarse a la tierra y desaparecer para luego romperse y germinar.
El mensaje queda ofrecido para todo el que se interese por Jesús: habrá de encontrarlo glorioso, pero con una gloria de Cruz. Para llegar a la primera por medio de la segunda no escatimará en dos actitudes: obediencia y servicio. La carta a los Hebreos lo recoge: “Aprendió sufriendo a obedecer”. No habrá obediencia si no hay renuncia y esto llevará a la ruptura del cuerpo del grano, el sufrimiento de resistirse a su propia supervivencia. Puede entenderse de diversos modos este sobrevivir humano, pero en todos los casos es un entrar en pelea con la Vida en plenitud prometida y ofrecida por Dios Padre. El sufrimiento de Cristo le llegaría por medio de la traición, el abandono, el maltrato terrible de su cuerpo y la sensación de fracaso rotundo, hasta incluso percibir cierto distanciamiento por parte del Padre para dejarlo en la soledad más árida. Así es como se rompió como grano y murió para la vida.
Para vivir la dinámica del grano de trigo no es suficiente con la fuerza de voluntad. Esta, además, puede provocar una violencia erosionante y contraproducente. El arte del grano se vive desde el corazón cautivado. El corazón grabado por el Ley del Señor del que habla Jeremías es aquel que se ha hecho accesible para Dios; lo ha dejado pasar, ha entablado conversación con Él y se ha dejado seducir. Es cierto que a veces un corazón se engatusa con facilidad por cualquier atractivo que le haga palpitar de un modo nuevo o viejo, y de ellos adolece en heridas y manchas. Por eso, cuando Dios llega a él lo purifica y lo rejuvenece. Es uno de los primeros síntomas de que lo que ofrece el Señor rebasa con creces lo que otras propuestas seductoras. Y además se ajusta y desborda con abundancia lo que el mismo corazón desea hasta no repudiar la obediencia ni la entrega ni la muerte, sino aceptarla alegre por estar con Él. Aquí es donde llegará el fruto y el triunfo y la gloria.