Gn 12,1-4a: Abrán marchó, como le había dicho el Señor.
Sal 32,4-5.18-19.20.22: Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti
Tm 1,8b-10: Toma parte en los duros trabajos del Evangelio, según la fuerza de Dios.
Mateo (17,1-9): Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol.
Llega la noche y el cuerpo pide refugio. La intemperie facilita la vista de las estrellas, y dificulta el abrigo, el calor, la seguridad, la intimidad. Algunos viajes permiten regresar al hogar para el descanso. Cuando el trayecto es excesivo y no hay posibilidad de vuelta, habrá que buscar alojamiento en casa ajena, y si hay distancias aún más pronunciadas, uno tiene que acostumbrarse a llevar consigo su propio hogar. No se puede vivir indefinidamente a cielo abierto. Para el camino basta con una casa ligera con lo imprescindible para poder instalarla en un momento para el reposo y recogerla en otro para seguir caminando. Tal vez, un día se dé con el hogar definitivo sin cambios.
El Pueblo de Israel salió de Egipto y abandonaron sus casas. En realidad eran casas provisionales, porque su verdadero hogar estaba en la tierra que Dios había prometido al patriarca Abrahán. Dejaron atrás la esclavitud y la opresión y se pusieron en camino hacia la Tierra Prometida. Tuvieron que hacer tiendas para protegerse. Esas fueron sus casas en la travesía por el desierto. Este acontecimiento era recordado y celebrado por los judíos en la llamada Fiesta de las Tiendas. No sólo hacían memoria del tiempo del éxodo en ruta hacia su hogar en Palestina, sino también del hogar definitivo, de la casa del cielo, cuando se encontrasen cara a cara con Dios. La experiencia del hogar a la espaldas le era conocida a la raza de Israel, pues el padre de su pueblo, Abrahán, había vivido así, primero como pastor nómada, ponía su casa donde hubiese alimento para su ganado, y luego como peregrino hacia la tierra y la descendencia que Dios le había señalado.
Parece que el episodio de la transfiguración del Señor recuerda esta fiesta de las Tiendas. Pedro quiere hacer tres tiendas cuando ve a su Maestro con un rostro luminoso como el sol y, junto a Él, a Moisés y Elías. Moisés sintetiza la Torah, la Ley judía, Elías la profecía, la pasión por el Dios único y verdadero. Jesucristo, entre ellos, es quien da cohesión y luz a toda la Palabra de Dios. Ha contemplado el cielo y hay que quedarse en ese lugar. De repente aparece una nube luminosa pero que produce sombra, presencia radiante de Dios, y al mismo tiempo oscuridad del misterio. Es el nuevo techo que alberga a Jesucristo y Moisés y Elías y los tres discípulos testigos. Descubre un hogar donde el Padre ha puesto albergue para que convivan la Palabra de Dios, al Hijo hecho carne, y a su Iglesia. Al Espíritu Santo se le intuye en la luz y la sombra, la verdad y el misterio. Pero hay que hacerse a esa nueva morada, para ello los nuevos huéspedes, seguidores del Señor, tienen que escuchar la Palabra, escucharlo a Él, que no dejará de hablar del Padre y de sí, del Reino y de su misión, traspasado todo ello por el rechazo, la pasión, la cruz y la Resurrección. El mandato del Padre que manifiesta a su Hijo amado en quien se complace: “Escuchadlo”, es la condición para la vida feliz en fraternidad en la casa de Cristo y definitivamente en el hogar eterno. Habitando con el Señor, se irán empapando de un Camino como el de Abrahán y el del Pueblo de Israel por el desierto, donde ya no es Dios el que acompaña guiando desde el signo de la nube y las palabras de la Ley, sino que es su propio Hijo hecho humano el que guía, habla, escucha y actúa. Los acontecimientos decisivos serán los más terribles de asimilar los más luminosos y oscuros. Serán y seremos discípulos aplicados quienes aprendamos a vivir en esta tienda peregrina con el mismo Cristo y a no escandalizarnos de su Cruz cuando nosotros mismos tengamos que asumir carga y humillación y desamparo. Entonces su casa será más nuestra que nunca y el calor del hogar el refugio más seguro y feliz.