Hch 6,1-7: Nosotros nos dedicaremos a la oración y al ministerio de la Palabra.
Sal 32: Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti.
1Pe 2,4-9: Vosotros sois un pueblo adquirido por Dios para proclamar las hazañas del que os llamó a salir de la tiniebla y entrar en su luz maravillosa.
Jn 14,1-12: El que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores.
Conforme la Iglesia de Jesús iba creciendo había de ir dando respuesta a los retos que se le presentaban. Así tomaba estructura. Los Doce se encontraron con que había personas necesitadas, viudas, a las que no se las atendía. Para gestionar esa necesidad nombraron siete personas de la comunidad llenos de espíritu y sabiduría, y les impusieron las manos, como transmisión de un poder de Dios a los Doce y de los Doce a ellos. Se iniciaba una estructura para el servicio de la caridad; podríamos decir que el origen de Cáritas.
El pasaje nos ofrece varias enseñanzas en el modo de vida de la Iglesia en su primera etapa: la preocupación por los demás y la atención a quienes lo pasan mal; responsabilidad de toda la comunidad cristiana; decisión de todos; distribución de tareas (unos al servicio de la mesa otros a la oración y la Palabra); así la Iglesia crece, la familia de los cristianos llama la atención por su modo de vida a quien la ve y muchos desean formar parte de ella.
Sin manual de buenas prácticas, los cristianos contaban con algo más provechoso y eficaz: la experiencia de Cristo resucitado. Habían aprendido pasando tiempo con Él, escuchándolo y observándolo. Con la oración, refrescaban diariamente los vínculos en Él. Su sensibilidad había sido modelada conforme al corazón de Jesús. Quien lo había visto a Él, había visto al Padre misericordioso, bueno con todos. De este modo iban edificando la Iglesia, donde cada uno, al modo como lo expresa la Primera Carta de Pedro, era una piedra de construcción con referencia en la piedra angular, Cristo.
La escombrera puede contener tanto material de construcción como una casa, pero sin orden, sin finalidad. Lo que vemos derramado allí es caótico e irrelevante. El edificio precisa armonía y, junto con ello, un proyecto en torno al cual construir. La vida de Cristo nos muestra los planos de la vida del discípulo y su Iglesia. Si su llamada a participar en ello entusiasma, los esfuerzos, sacrificios, renuncias, obligaciones, compromiso… se integran como necesarios dentro del trabajo y se asumen con alegría. Prevalece la ilusión de participar de algo sublime y bello, precioso. Nuestras propias sensaciones nos van dando pistas, a través de la paz, la alegría, la motivación, indicándonos que aquello realmente merece la vida. Cristo, piedra angular, suscita los ánimos para edificar sobre Él y en torno a Él. La Iglesia se convierte en hogar abierto a todos en la medida en que nosotros, piedras vivas, somos labradas por el Espíritu conforme al corazón de Jesús. La experiencia, entonces, es de vida en Cristo y en la Iglesia, experiencia del amor de Dios y de la fraternidad. En el Señor Jesús se experimenta la presencia entrañable y providente de Dios Padre y los vínculos con los demás. La Iglesia se ofrece como lugar para el encuentro, para el descanso del corazón y su sanación, para participar de la vida divina y presencia de Dios mismo.