- Génesis 1,1-2,2
Salmo 103: Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.
- Génesis 22,1-18
Salmo 15: Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti.
- Éxodo 14,15-15,1
Éxodo 1-6.17-18: Cantaré al Señor, sublime es su victoria.
- Isaías 55,1-11
Isaías 12,2-3.4-6: Sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación.
- Ezequiel 36,16-28
Salmo: Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío.
Romanos 6,3-11
Salmo 117: Aleluya, aleluya, aleluya
- Evangelio según san Mateo 28,1-10
En las historias con un final conocido pierde fuerza la intriga del espectador atento a la trama y hasta puede desvanecerse el interés por lo que se cuenta. Pero pasar muchas veces por un mismo relato no garantiza que se sepa, ni siquiera el final. Jesús explicó al menos en tres ocasiones lo que le iba a suceder en su pasión y su muerte y no lo creyeron; habló de su resurrección al tercer día y no les resultó convincente.
Llegamos a la culminación de la Semana Santa con el final ya sabido: El Señor ha resucitado, en verdad que ha resucitado. La sucesión de acontecimientos ha seguido el rigor cronológico en las celebraciones litúrgicas y en las procesiones consecuentes en la calle. El Jueves tocó la Santa Cena, la oración de Jesús con sus discípulos en Getsemaní, el prendimiento y el juicio en casa de Caifás, el viernes tocó el juicio de Herodes, la condena, la pasión, su muerte y sepultura. Ahora tocaba la celebración pascual. Pero lo celebrado en estos días, ¿nos ha tocado a nosotros? No hay apertura a la esperanza de la resurrección sin Eucaristía, sin el desgarro del sufrimiento y la oscuridad de la muerte. El final nos lo ofrece el Padre en Cristo: es Vida. El itinerario lo ponemos nosotros: de vida, si nos dejamos guiar por Él, de muerte, si nos soltamos de su mano para ser arrastrados a la deriva por lo que aboca al pecado y la muerte. Cristo ha resucitado, en verdad que ha resucitado. El peso de esta verdad en nuestras vidas habrá que verlo en la medida de nuestra alegría, paz, esperanza y capacidad para perdonar en el amor a toda criatura e incluso a los enemigos.