Ez 37,12-14: Os infundiré mi espíritu y viviréis.
Sal 129: Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa.
Rm 8,8-11: Vosotros no estáis sujetos a la carne, sino al espíritu.
Jn 11,1-45: Yo soy la resurrección y la vida.
El calificativo de amigo no se concede a la ligera. El amigo se hace en un camino de pruebas donde se verifica la verdadera amistad hasta que finalmente la confianza está acreditada… para toda la vida. Tres amistades tenía Jesús en Betania; al menos tres. Estas se concentraban en el perímetro de un hogar, tres hermanos que seguramente hospedaban a Jesús en sus caminos hacia Jerusalén. Conocemos sus nombres: Marta, María y Lázaro.
Lázaro enfermó y les extrañó a Marta y a María que no se hiciera presente su amigo Jesús, pues le habían llevado recado informándole. Espero hasta que se certificase la muerte de Lázaro y no acudió para sanarlo, como lo había hecho con muchos otros. El reproche de Marta, primero, y luego de María, delatan una decepción compartida, de la que es probable que hayamos participado en alguna ocasión: ¡Qué tarde llega a veces el Señor! El amigo que podría haber acudido para evitar la desgracia, se ausentó cuanto más lo necesitábamos. Son las primeras palabras que le dirigen las amigas al Amigo cuando llega, varios días después del entierro.
Marta entabla un diálogo con Jesús, sosteniendo las razones sobre la resurrección y Jesús la invita a confiar en Él como la resurrección y la vida. María se expresa desde el corazón, sin apenas mediar palabra, salvo para expresarle su queja por no haberse encontrado con ellos cuando enfermó gravemente su hermano. El resto son unas lágrimas que terminan contagiando la tristeza al Maestro, que solloza. La repuesta de Jesús va a ser la revivificación de Lázaro.
Betania está a pocos quilómetros de Jerusalén y muy probablemente Jesús se hospedase allí con frecuencia en sus viajes a la Ciudad Santa. Tras los acontecimientos recientes, según el evangelista Juan, la proximidad a Jerusalén lo acerca a su condena y su muerte. El peligro es enorme y así lo intuyen sus discípulos. Al revivir a Lázaro se está introduciendo Jesús en un itinerario seguro hacia su propia muerte. Lo hace conscientemente. El amigo se arriesga para darle vida a su amigo. Anticipa así lo que va a suceder con su pasión y su entrega a la cruz: el amigo que da su vida por todos.
El que se presenta como la Resurrección y la vida también lo hace como amigo. Cercano a toda persona, ofrece respuesta a nuestras cuestiones vitales fundamentales. Pero a veces, también, parece menos amigo de lo que esperábamos, porque no lo encontramos donde esperábamos que interviniese. ¿Dónde queda su amistad cuando claramente nos ha decepcionado? Esta amistad se sostiene en la confianza que parte de que Él ha dado su vida por nosotros, que murió en la cruz por amor. Lo celebramos con intensidad durante la Semana Santa. Al mismo tiempo las decepciones son ocasión para ahondar en su amistad y revisar cuál es nuestra respuesta de amistad, qué le ofrecemos, qué estamos dispuestos a darle, en qué se basa nuestro compromiso de amigos. El nombre de amigo no se le da a cualquiera y Él, sin embargo, nos lo da a nosotros, antes de que hayamos demostrado realmente nuestra amistad fundada en la fe y la esperanza en su promesa de vida.