Gn 2,7-9;3,1-7: Seréis como Dios en el conocimiento del bien y el mal.
Sal 50: Misericordia, Señor: hemos pecado.
Rm 5,12-19: Por un acto de justicia resultó justificación y vida para todos.
Mt 4,1-11: Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo.
De los amigos se espera su compañía en las circunstancias alegres y en las tristes, en los momentos de holgura y en los de estrechez, pero no que ellos mismos te lleven hacia el yermo y la dificultad. Y, sin embargo, tras recibir el Espíritu Santo en el Jordán junto a Juan el Bautista, Jesús fue enviado por este mismo Espíritu a un lugar inhóspito y para un combate inquietante: para ser tentado por el diablo. ¿Ocurrencias del Espíritu?
Este episodio sucede antes de que el Maestro haya emprendido la misión de su vida pública. Lo primero que nos dice el evangelista Marcos que hace es un ayuno muy severo, de cuarenta días. La cifra parece ser simbólica y remitir a varios pasajes bíblicos donde el número cuarenta implica travesía, prueba, entrenamiento, especialmente los cuarenta años de camino por el desierto del Pueblo de Israel hasta llegar a la Tierra de la Promesa. El ayuno deja a Jesús en una situación de precariedad física, pero se entiende que ha estado acompañado por la oración, con lo cual se encontraría físicamente debilitado, pero espiritualmente fortalecido. Acompañado por el Espíritu y el Padre, con los que ha tenido un especial diálogo, tiene ahora la visita de un nuevo personaje que va a plantearle batalla en tres frentes o tres ámbitos donde el hombre se encuentra en la encrucijada de quedarse con lo que parece puede hacer prevalecer lo suyo o puede aspirar a más.
A cada necesidad humana le puede corresponder una respuesta que viene de lo solo humano o de Dios. La satisfacción del hambre es una necesidad, pero no exclusiva y absoluta, porque ¿de qué vale mantenerse vivo sin alimentar la finalidad o el sentido de la existencia? La Palabra de Dios ilumina la razón por la que existimos y queremos cuidar la vida y alimenta el corazón. Parece que las siguientes tentaciones se apoyan sobre la anterior. Reconocida la necesidad de Dios para la vida, la relación con Él no puede basarse en criterios humanos ni en solo razones; ni la interpretación de la Escritura puede obedecer a intereses que no tienen en cuenta a Dios. Por último, al deseo de poder, como plenitud y felicidad humana, Jesús le responde con la adoración de Dios, y no hay modo más sublime de hacerlo que, como va a suceder con su vida a lo largo del Evangelio, desde el servicio.
De aquí tres interrogantes suscitados en estas tres batallas contra las tentaciones que pueden ser interpelaciones oportunas para este tiempo de Cuaresma: ¿Cuál es el sentido de lo que pienso, deseo, proyecto, hago…; el sentido de mi vida? ¿Qué es lo que espero de Dios y lo que Él espera de mí? ¿En qué estoy invirtiendo mi vida y con qué fin?
La tentación de ser como Dios subyace a cualquier tentación, porque el Señor nos ha creado para ser como Él, con lo cual corresponde a un deseo profundo de nuestro corazón, pero esto no lo podemos alcanzar sin Él, sin Jesucristo, que dio su vida por nosotros para que tengamos vida eterna. Su mismo amigo, el Espíritu, se ha hecho nuestro amigo; nos lleva allá donde él quiere, también a los desiertos (como la Cuaresma que nos ofrece la Iglesia), con el interés de que salgamos fortalecidos espiritualmente para crecer en amor a Dios y a los hermanos, para ir haciéndonos (porque es camino de toda la vida) adultos para la fe, la esperanza y la caridad, que se plasmará en un mayor y mejor servicio.