Lv 19,1-2.17-18: Sed santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo.
Sal 102: El Señor es compasivo y misericordioso.
1Co 3,16-23: ¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?
Mt 5,38-48: Amad a vuestros enemigos.
El particular sueño inmobiliario de la casa ideal podrá ir cumpliéndose con el tiempo, en la medida de lo posible, en tanto que se vaya trabajando y ahorrando. Mientras, habrá que conformarse con lo que se puede, bien un alquiler bien un alojamiento modesto… Lo apreciaremos pronto como nuestro hogar, pero, tal vez, sin dejar de tener en la imaginación esa casa especial que posiblemente un día se haga realidad. Por lo pronto, la casa con la que contamos la dispondremos a nuestro gusto, como somos nosotros.
Para encontrarle casa a Espíritu Santo Dios Padre creó al ser humano de tierra del suelo. El Espíritu la empapó para que el Hijo le diera forma y fuera una casa habitable. Pablo nos llama “templos del Espíritu”, el hogar sagrado donde Él habita no como huésped, sino como propietario. Más bien como copropietario junto con nosotros, por lo que estamos llamados a llevarnos bien. Contamos con la ventaja de que nuestro compañero de casa buscará que ella tenga todo lo mejor para que nos encontremos a gusto y contribuirá con paz, alegría, sabiduría, belleza… Irá construyendo con nosotros la casa de nuestros sueños, que coincide con la de sus sueños, al tiempo que nos irá enseñando a soñar.
Visitar algunas habitaciones no es visitar la casa entera. Cuando el inmueble es grande y en parte desconocido, habrá que ir descubriéndolo poco a poco, convirtiendo paulatinamente también todo en hogar, en algo personal.
También poco a poco ha ido habitando en nosotros el Espíritu. Las palabras del libro del Levítico, de la primera lectura, ofrecen mandamientos dirigidos a los cercanos. El protagonista es el amor, como el elemento más importante para que la casa realmente marche bien. No odiar, no vengarse, pero corregir al otro cuando sea necesario son consecuencias del amor a ellos. También pide la Palabra de Dios ser santos como Él es santo. Es decir, ser especiales, para que Dios pueda vivir en nosotros y traer todo lo de su hogar al nuestro, que excede, con mucho, lo que humanamente podríamos con nuestra fuerza y entendimiento. Para dejarle ordenar la casa al Espíritu debemos estar dispuestos a este amor donde está incluido el perdón, el servicio, el cuidado de los otros, la atención a los desfavorecidos. Eso le gusta al Espíritu, le hace sentirse en casa. Estorban, sin embargo, los rencores y resentimientos, los egoísmos, superficialidades, envidias, groserías… Es un modo de decirle al Espíritu que no queremos compartir con Él casa e invitarlo a irse.
Cristo tiene la llave de todas las estancias de nuestro hogar. Lleva a plenitud lo que se dijo en el Antiguo Testamento y, por eso, ya no solo mira a los cercanos, sino a todos, y quiere que nos detengamos en aquellos a los que, por iniciativa propia, no invitaríamos nunca a nuestra casa. El Espíritu nos ayuda a no darle protagonismo ni a nuestras pertenencias ni a nuestro amor propio, sino al otro al que visitamos movidos por el mismo Espíritu, porque necesita algo. Entonces la casa se hace más preciosa, más grande, más acorde al estilo de Dios.
Lo que más la afea y estorba en su interior son ese amor propio y apego a las cosas como posesiones irrenunciables. Es necesario hacer vacío de todo esto para que se llene de algo de muchísima más calidad, el amor de Dios por su Espíritu. Cuando uno llega al extremo de, no solo perdonar, sino amar a los enemigos, el Espíritu está campando a sus anchas por su vida y la gracia, la alegría, la misericordia de Dios ha tomado y embellecido toda la casa. Realmente se ha convertido en un espléndido templo del Señor y en la casa más bonita que pueda soñarse. Pero, ¿cuánto cuesta ese inmueble tan magnífico? Más que los ahorros de toda una vida, la propia vida. ¿Merecerá la pena?