Is 7,10-14: El Señor, por su cuenta, os dará una señal.
Sal 23: Va a entrar el Señor, Él es el rey de la gloria.
Rm 1,1-7: Este evangelio se refiere a su Hijo, nacido según la carne.
Mt 1,18-24: Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y se llevó a casa a su mujer.
Salta el evangelista Mateo deprisa del niño a la madre aclarando escuetamente la concepción virginal de María, para llegar a después a José, como protagonista destacado de este pasaje que ha de resolver una problemática en la que se ha visto involucrado sin su participación. Pareciera como si Mateo nos apuntara con el foco a nosotros con la pregunta: ¿Qué habrías hecho tú en su situación?
Lo que sabía Dios Padre y el Hijo y el Espíritu, lo que sabía María, máximos implicados en la trama, no lo sabía José, que se encuentra frente a un panorama a sus ojos bochornoso. La realidad de José colapsó en cuanto supo que su prometida con la que se había desposado estaba embarazada. Tiene que tomar una decisión.
Así como el evangelista Lucas se fija en el poder de María para aceptar darle carne al Hijo de Dios con su sí, Mateo concede el poder a José en un momento en el que el misterio de la encarnación ya estaba en movimiento en el seno de su amada. ¿Qué pudo sentir el joven carpintero? ¿Decepción, frustración, amargura, desesperanza, profunda tristeza, miedo…? Todo lo que bullera internamente lo provocaría una especie de caos interno, producido por un aparente caos externo. Y tenía que dar una respuesta.
Estaba en juego la protección de una madre y su hijo y la propia dignidad personal y religiosa de José. Dos polos difíciles de armonizar; por uno u otro tenía que optar el bueno de José. El dilema entre desamparar a dos personas vulnerables y aceptar la mentira a los ojos de Dios, de su pueblo y los suyos propios, convirtiéndose José mismo en engañador e impío. No era solo una cuestión de dignidad personal, sino de atentado contra la verdad, contra el mismo Dios.
La decisión no estuvo regida por el dolor de un corazón herido, sino por los criterios que marcaba la Ley, la Palabra de Dios. José era un hombre justo, lo que significaba que no se fiaba de su justicia, sino de la de su Señor y sería este quien le diera la respuesta en su misma Palabra. El ejercicio del poder debe estar guiado por una ética madura y bien formada, si no, las decisiones harán daño o mucho daño. El caos que parece haberse generado en torno al bueno de José no ofrece otra solución que alejarse del mismo caos y buscar orden en otro lugar, al menos para su corazón. Sin embargo, el poder que Dios le otorga a José tiene que ver con el de la misma Palabra divina que, al principio de los tiempos, dijo y creó armonía entre las fuerzas caóticas cuando la creación del mundo.
Fue la Palabra de Dios, por medio de un ángel, la que iluminó a José para recibir a María y a su hijo. La Palabra volvió a triunfar causando el orden frente al desconcierto y el desastre. El poder de José sobre el destino de María y el Hijo de Dios hecho carne se afianzó sobre la poderosa Palabra de Dios que salvaba la dignidad de José y garantizaba la custodia, protección y cuidado de madre e hijo. Venció el plan de Dios, triunfó la familia.
La realidad nos llega muchas veces en fragmentos y necesitamos una visión unitaria y de sentido, que solo nos proporciona la Palabra de Dios, Aquel que conoce la historia, historia de la salvación, y a cada uno de los que formamos parte de ella. En esta última semana de Adviento, nos preparamos para celebrar la venida de la Palabra hecha carne. La multipolaridad que vivimos en este mundo no encuentra solución en decisiones precipitadas o unilaterales, que lleva a lo estático y monolítico, que apaga la belleza de lo diverso y plural, sino en la armonización de opuestos, que nos hace dinámicos, en camino, integradores, acogedores. Para ello hace falta silencio contemplativo y que sea la Palabra de Dios la que fecunde nuestro corazón e inteligencia para elegir aquello que traiga paz y comunión. Sin renunciar a la Verdad, que es Cristo, solo Él ilumina lo que somos y nuestro camino: Él es nuestro Camino, y nos acerca a vivir la relación con Dios y con los hermanos desde su mismo corazón.