Mt 11,2-11: “¡Dichoso el que no se escandalice de mí!”.
Vieron al mismo Juan, aunque cada uno se llevó algo diferente a su casa. Es posible que todos los que se encontraron con el Bautista tuviesen una experiencia profunda de conversión, pero también que no todos la tuvieron. En unos cumpliría expectativas, en otros causaría decepción, en otros tantos, sorpresa. Cada cual abrazaría un contenido diferente. Lo más acertados fueron quienes lo encontraron como profeta, mensajero de Dios para una tarea de preparación del Reino y su Mesías. Los que acertaron habían escogido la alegría.
A esto se nos invita en este domingo Gaudete, a preferir la alegría. Entre los protagonistas de la Palabra aparecen diferentes ejemplos de alegría y matices también diversos. Esta no Por una parte dos profetas: Isaías y Juan. Ambos portadores de la alegría a través de la esperanza, por lo que estaba cercano a suceder. En Isaías las palabras rezuman color y poesía, frente a una situación política y social complicada y marcada por la desigualdad, la iniquidad y la injusticia. La esperanza es la alegría de los maltratados en la confianza de que Dios no los olvida y les hará justicia. El mensaje de Juan invita a la preparación para la llegada inminente del Reino y su Mesías. El momento está cerca y esto provoca motivos para avivar la alegría. El evangelio de Mateo de este domingo nos lo presenta en la cárcel (es posible que intuyese su muerte en breve), y desde allí manda a sus discípulos a que Jesús aclare si Él es la fuente de la alegría. El Maestro pertenece a otro nivel, porque es la causa de la alegría, la alegría misma. En su relación con el Padre en el Espíritu su alegría es inagotable e irradiada. Lo que provoca su presencia entre nosotros nos habla del final de los motivos para la tristeza con la restauración de la salud, la rehabilitación de los sentidos inoperantes, la vida para los muertos y el Evangelio para los pobres.
Ninguno de estos personajes bíblicos gozaba de inmunidad ante el sufrimiento y parte de su vida tuvieron que afrontar singulares asperezas. Son, no obstante, portadores de alegría para otros, porque, presuntamente, la tienen muy fresca y viva. Sería estrechar demasiado la alegría concebirla como un sentimiento de gozo o placentero que apunta hacia la felicidad. La alegría de la que nos habla la Palabra tiene que ver más con el sentido de vida que ofrece la esperanza, con la luz que esclarece lo que somos y, sobre todo, con la certeza de la presencia personal de Dios con cada uno. Tiene también un carácter fuertemente social, porque empuja a la preocupación por los otros y a hacerlos conocedores del origen de toda alegría. Los sustitutos de alegría suelen tener la marca de la precipitación y llevan a la frustración. La verdadera alegría tiene un componente importante de paciencia, a través de la cual se va conociendo más a Dios y uno a sí mismo, localizando dónde están los motivos de tristeza y lo que impide la alegría del Señor.
La alegría brota de un encuentro con el Señor, por el que cada cual se lleva a su casa la esperanza de la confianza de Él en nosotros y su amor hasta la entrega de su vida.