Ez 34,11-17: “Yo mismo buscaré mi rebaño y lo cuidaré”.
Sal 22: El Señor es mi pastor, nada me falta.
1Co 15,20-28: En Cristo todos serán vivificados.
Mt 25, 31-46: Heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo.
Para quienes sufrís un desgarro interno ante cualquier muestra de la inequidad de nuestro mundo en el hambre, la distribución desequilibrada de las riquezas, la escasez de recursos para una buena parte de la población…; para quienes os hiere la consciencia de toda traza de violencia, os contrista profundamente la guerra y el hombre que agrede al hombre, que convierten a niños en material de artillería…; para vosotros que no os resignáis a entender como daños colaterales del sistema las noticias sobre las personas que atraviesan itinerarios con riesgo de muerte en la búsqueda de pan para los suyos y para sí, que no toleráis que sean hacinados y maltratados o esclavizados y explotados; para todos aquellos que asumen como ofensa a ellos mismos la falta de trabajo, el trabajo precario y las situaciones de injusticia laboral; y para quienes hierven ante generaciones de niños y jóvenes enfermos de materialismo y consumismo, vaciados de inocencia y esperanza…; para todos vosotros que no condescendéis con vuestra indiferencia ante las heridas del ser humano, hay esperanza, la esperanza del Reino y de un Juicio previo.
El mundo, este mundo desaseado y manoseado, extorsionado y expoliado, manchado y vejado, no ha perdido su belleza originaria, la del Pastor Bello por el que fue creado y en quien encontrará la hermosura inmarcesible y gloriosa. Porque hay promesa de gloria y aquella gloria será el triunfo definitivo. Pero no habrá consuelo a la brecha sin una sutura, ni tajo que cicatrice sin lañas para unir parte con parte. Habrá juicio, tan cierto como que este mundo necesita redención antes que salvación.
El juez misericordioso pronunciará una misericordia que elevará a los justos y hará enrojecer hasta el auto-escarnio a los malos. En la solemnidad de Jesucristo Rey refrescamos el esperanza del soberano, el que tiene la palabra definitiva sobre todo y todos, como juez, con capacidad para reparar los destrozos de la maldad humana y provocar con su sentencia la extirpación de quien rechace la belleza del nuevo mundo, de quien la haya rechazado ya por haberlo emponzoñado, ya no solo con la agresión sino también con la indiferencia hacia el semejante que pasaba necesidad. El juez lo asume como una cosa personal, Él mismo sufre los agravios en aquellos a los que llama “hermanos pequeños”. Son cuerpo de Cristo y cuanto a ellos se les hizo se le infligió al mismo Juez; cuanto en ellos se omitió, se lo dejaron de hacer al Rey.
Todo ha sido dispuesto para participar de la gloria de Cristo. Quien rechace esto estará retorciéndose a sí mismo en contra de aquello para lo que fue creado. Y no hay posibilidad de vida gloriosa sin solidaridad con los demás, más aún con aquellos que han de sostener el mayor peso de las fragilidades humanas. Nada al margen de la justicia del Juez justo y misericordioso, porque nada debe quedar afeado por la torpeza humana. Hay esperanza y hay responsabilidad de vivirla ya buscando la justicia y luchando por ella.