Gn 12,1-4: Con tu nombre se bendecirán todas las familias del mundo.
Sal 32: Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti.
Tim 1,8-10: Nuestro Salvador Jesucristo destruyó la muerte y sacó a la luz la vida inmortal, por medio del Evangelio.
Mt 17,1-9: Una luz luminosa los cubrió con su sombra.
La claridad con la que parece que oyó Abrahán el mandato para dejar mucho de lo suyo y ponerse en camino hacia una tierra ajena, nos gustaría tenerla también nosotros para lo nuestro. Alguna vez se escucha la queja y da la sensación de que muchas veces se piensa: “Ay si Dios nos hablase como lo hizo con los antiguos: los patriarcas, los profetas y reyes? Pareciera así que tras tantos ilustres personajes, incluyendo los apóstoles, la nitidez de los mensajes de Dios se perdió y ahora andamos menos asistidos en las pautas sobre lo que deberíamos hacer. Aunque, a decir verdad, quizás en la historia de Abrahán también existieron penumbras. Él mismo no llegó a ver lo que se le prometía: ni aquella numerosa descendencia, solo un hijo, ni la posesión de la tierra, salvo una pequeña propiedad. El relato del Génesis no explicita las oscuridades, pero aporta numerosos indicios para tenerla en cuenta. ¿Es que, tal vez, la fe alberga esa doble dimensión aparentemente en conflicto entre la luz y la penumbra?
Del relato de la transfiguración según san Mateo me quedaría con aquella expresión: “Una nube luminosa los cubrió con su sombra”. Solo los tres compañeros de los momentos especialísimos de Jesús comparten la visión. Sin duda que el episodio apunta hacia la Resurrección, como anticipo de lo que está por llegar y, por tanto, visibilización de lo que va a resultar oculto hasta la mañana de Pascua. En el monte que la tradición cristiana identifica con el Tabor se van a esclarecer varios hechos: las Escrituras encuentran en Jesús su clave interpretativa, la vida del Nazareno culminará en su Resurrección (el relato de Lucas, además, indica que la conversación versa sobre la pasión y su final en Jerusalén), la voz del cielo declara la filiación con Dios Padre. Pedro pretende conservar toda aquella claridad en tres tiendas. Haciendo casa para los seres luminosos se podrá guardar la luz y emplearla cuando haga falta, cuando las tinieblas impenetrables. Sin embargo, la presencia del Espíritu a través de aquella nube luminosa aparece como la respuesta celeste a la pretensión de Pedro. La imagen remite a la nube que guio al Pueblo en su travesía por el desierto hacia la Tierra Prometida y a la que cubría la Tienda del Encuentro para la conversación con Dios o a las palabras del ángel Gabriel a María explicándole la acción del Espíritu Santo para la concepción de Cristo.
Aquella nube indica protección, guía y poder fecundador. Alberga la luz y la sombra, la claridad y la penumbra; aparece en contraste con el azul del cielo y comparte la misma luz con la que resplandece Jesús transfigurado. El mismo Espíritu que se manifestó en el Jordán sobre Jesús en forma como de paloma, es explicitado de nuevo vinculado con la voz del Padre que habla del amor por su Hijo y pide que sea escuchado. El momento es destacadamente trinitario y luminoso. Pero esa potencia lumínica no puede disipar otra dimensión ensombrecida. Los tres apóstoles solo entenderán tras la aparición del Maestro resucitado. El misterio divino no puede ser penetrado con la claridad que nos gustaría. La fe implica también penumbra, que en los evangelios se identifica con la pasión y muerte de Jesús. El amor de Dios manifestado en Jesucristo no puede ser accesible por completo para la comprensión humana. Su luz es tanta que requiere una digestión paulatina que solo progresa en el misterio de la Cruz del Señor. El Espíritu Santo sostiene la paradoja con la revelación divina y la comprensión humana. Los acontecimientos donde la obediencia a Dios se hace más ardua e incluso provoca el rechazo es donde más hijo se hace el creyente, hijo en el Hijo obediente y se acerca más a la claridad de la encarnación del Señor. A cada sí a la voluntad de Dios, escuchando al Hijo amado, se queda uno más capacitado para esta claridad divina que nos permite contemplar la realidad en lo más real: la historia de la Salvación del amor de Dios por nosotros y su pasión y muerte como la consecuencia y el signo más patente de este amor entrañable. Aquí se esclarece el sentido de nuestra identidad y misión.