Eclo 3,2-6.12-14: El que honra a su padre, cuando rece, será escuchado.
Sal 127,1-5: Dichosos los que temen al Señor y siguen sus caminos.
Col 3,18-21: El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo
Mt 2,13-23: Se levantó, cogió al niño y a su madre y volvió a Israel.
Las dudas de José con el embarazo de María se las resolvió Dios. El propósito homicida de Herodes contra el Niño se lo avisó Dios a José. También le indicó sobre la muerte de Herodes para que regresaran a Palestina y sobre el destino en Galilea. Cada vez que lo necesitó, recibió aviso enviado de lo alto en sueños y por medio de un ángel. El fin siempre proteger al Niño y a la Madre. En conclusión, a quien esté dispuesto a cuidar servicialmente, Dios lo hará cuidador advirtiéndole con avisos. Lo que no hará el Creador será suplantar. Dios Padre ve y advierte, el ángel lo anuncia y José lo ejecuta. Podríamos decir que José culmina lo que partió de la iniciativa divina; realizó lo que le mandaron de lo alto, como carpintero de la voluntad divina. Y José tampoco hizo lo que no le correspondía, quitándole al Hijo o a la Madre, sino que cuidar significó también promoción. En otras palabras, no solo fue parte de aquella familia, sino promotor de cada uno de sus componentes, además con especial atención en este orden: Hijo, Madre y Padre.
Dejemos que el Niño sea Hijo, que María sea madre y José padre. Que la familia sea familia, aunque no se lo pongan fácil. Lo conseguirá en la medida en que cada uno de sus miembros sea lo que tiene que ser. Un hijo desobediente sería anti-hijo, una madre cerrada a la vida sería anti-madre y un padre despreocupado anti-padre.
Herodes, padre de sus súbditos, fue de estos últimos, anti-padre de los judíos. El poder y el servicio tendrían que conciliarse. Anteponer los intereses propios supone posponer los intereses del pueblo. El conflicto se salda con la victoria del poder. Pero siempre habrá otro más poderoso. Con todo su ejército y su poder Herodes no fue capaz de acabar con el Hijo de Dios recién nacido. Y no lo consiguió gracias a su padre, a José, atento a los avisos de Dios; de nuevo el Padre eterno vence en un padre temporal.
Las entrañas divinas pueden tocarse en María y en José. Su maternidad y paternidad remiten a Dios Padre, lo hacen presente. El Hijo fue Hijo y el Espíritu Santo unió armonizando para ser transmisores y protectores de la vida. Aquellos tres de Belén y Nazaret remitían a los Tres de la eternidad; eran resplandor trinitario.
El Evangelio de Mateo de la liturgia de hoy insiste en la figura de José. Prácticamente todas las noticias evangélicas sobre él se recogen aquí y se resumen en acogida y protección. Esto le llevará a recibir a María como esposa y a su hijo como hijo propio, a buscar un lugar apropiado para el nacimiento y luego para vivir. En todo ello irá cumpliendo aun sin saberlo, aun sin pretenderlo, las Escrituras. Son las Escrituras las que lo nutren y, al mismo tiempo las va confirmando. No busca llevar a cabo su historia particular, sino ser partícipe esmerado de la historia de la salvación. Su protagonismo es de coraza, custodia a María y al Niño. La vida no procede de su voluntad, sino que él la escolta y la favorece. El servicio que realiza se hace más visible ante las amenazas de la vida. Como la vida es cara, consume tiempo y provoca incomodidades, de modo especial cuando requiere, por desprotección, mayor atención, cuando es menos productiva en términos económicos, hay propósito de abandono y de muerte. Hasta puede entrar en conflicto con principios fundamentales, pero sí hay conflicto es porque estos principios y valores estén desordenados.
Siga Dios creando vida y sigan todos, cada cual en lo suyo, siendo obedientes para ejercer lo que es y cuidar esa vida, propia y ajena, donde reside la misma vida divina que la ha puesto en existencia y quiere su gloria.