Mc 10,2-16: Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre.
Las expresiones tras las lecturas: “Palabra de Dios” y “Palabra del Señor no son un adorno, sino una constatación para recordar. Cuanto se ha proclamado lo está diciendo Dios desde antiguo y nos lo está diciendo Dios ahora mismo. Es importante tomárnoslo en serio e interpretar correctamente lo que dice.
La Palabra de este domingo nos habla de hombre y de mujer, de matrimonio, divorcio y adulterio y termina aludiendo a los niños y la necesidad de ser como ellos. La concepción que nos enseña del matrimonio, ¿no resulta intransigente, obsoleto, inasumible en estos tiempos nuestros? ¿Nos impide la Palabra progresar con mandamientos antiguos que en otras épocas cumplieron su función, pero hoy deberían adaptarse a las nuevas circunstancias? La Palabra de Dios es ciertamente antigua, pero no vieja; la pronuncia Dios para darnos alimento de vida y no detener nuestro crecimiento. No se somete a la moda presente y pasajera, aunque esté muy extendida, aunque parezca lo adecuado, sino que ofrece la garantía de ser Verdad, Verdad que vivifica y hace posible el bien de la persona.
El compromiso matrimonial es imagen del compromiso de amor de las entrañas trinitarias, donde Padre e Hijo se aman eternamente en el Espíritu. Este Amor es la fuente originaria de todo otro amor. Dios se toma en serio a su criatura humana y lo hace partícipe de lo exquisito de la Trinidad y le da la capacidad para que sea una realidad, no como un ideal inalcanzable. El vínculo que se establece entre hombre y mujer que se unen para un proyecto de vida en común, para buscar juntos a Dios y recibir de Dios la comunión entre ellos y el regalo de los hijos, tiene sus raíces en el mismo modo como Dios Padre ama al Hijo, el hijo es amado por el Padre y lo ama en la unidad del Espíritu Santo. Para que esto sea posible a nivel humano, la unión asume la libertad de los esposos y el compromiso para toda la vida. Es una responsabilidad, en primer lugar, de los cónyuges, pero también de sus familiares y amigos y de toda la comunidad cristiana. En este compromiso de amor que comienza y bebe del amor trinitario tiene su cimiento la familia, la comunidad imprescindible para que haya y prospere la sociedad.
Entonces, ¿aquellos matrimonios donde se ha puesto distancia, o donde cada uno ha encontrado a otra persona para una nueva relación? Fácilmente conocemos varios casos, si es que nosotros mismos no estamos en esa tesitura. Cada caso habrá de tratarse en sus circunstancias y ser acompañado personalmente buscando la verdad y el bien, pero de ningún modo, por muy multiplicados que sean los casos o por mucho que nos afecte, pone en crisis la Palabra de Dios.
Los fariseos que se acercan a Jesús interpretaban la Palabra desde una rigidez legal establecida por los hombres y el Maestro amplía el horizonte para iluminarlo desde la historia de la salvación, donde Dios ama y quiere que participemos de su amor. La misma rigidez puede pretenderse desde nuestras nuevas leyes, al fin y al cabo, leyes humanas, que quieren restringir el poder y la vitalidad de la Palabra de Dios, fruto del amor. Este amor tiene una especial concreción en el encuentro de la mujer y el varón, que da a luz una novedad. El texto de la Carta a los Hebreos nos recuerda que es en Cristo en quien alcanza sentido la historia, como su origen y su culmen, y en Cristo encuentra su fortaleza y alimento la alianza matrimonial, pues Él ha dado su vida por la Iglesia, y Él está comprometido en amor con el Padre como modelo de todo otro amor.
Los niños son quienes primero sienten la distancia entre los padres y sufren las heridas del matrimonio. Son guardianes de la unidad familiar, muchas veces incomprendidos. Parecen participar de una extraordinaria capacidad para detectar que la ruptura no es buena, porque ellos son fruto de una unión y no solo biológica, sino también afectiva y espiritual. Con la ruptura, más aún con los nuevos vínculos, de algún modo, se provoca la sensación de que su vida procede de un encuentro coyuntural y no de un proyecto con la convicción de lo perenne, por eso de un amor de otra calidad.
“Que el Señor nos bendiga todos los días de nuestra vida”, rezábamos juntos en el salmo, y que nosotros nos dejemos bendecir por Él, podríamos continuar. La bendición de la vida más excelente es la del Amor de Dios que se manifiesta de modos múltiples. Toda bendición de amor ha de ser agradecida, valorada y cuidada, lo que implica la preocupación por buscar a la Luz de Cristo lo que la Palabra de Dios nos dice y tomárnoslo muy en serio para nuestra propia plenitud y salvación.
Don Gerardo Melgar nuestro Obispo, ofrecerá su última oración sobre la Familia y para la Familia, será el jueves 24 junio a las 19.00 horas. Quedando todos invitados bien sea presencial o por el canal de Youtube en el siguiente enlace: