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En San Pedro Apóstol TODOS LOS JUEVES de 19.30 a 20.30

En Santa María TODOS LOS DOMIGOS de 19.00 a 19.30

En Las Mínimas TODA la mañana de 9.30 a 13.00

 

 

 

 

 

 

DOMINGO II T.ORDINARIO (ciclo A). 15 de enero de 2017

 

Is 49,3.5-6: “Es poco que seas mi siervo… Te hago luz de las naciones”.

Sal 39,2.4ab.7-8a.8b-9.10: Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.

Co 1,1-3: a vosotros, gracia y paz de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.

Jn 1,29-34: “Este es el cordero que quita el pecado del mundo”.

 

La insipidez del agua no impide que nos sepa a limpieza, a frescor, a vida. Sin cambiar de sabor, de color, de olor es capaz de transformar la tierra yerma e inhóspita en territorio fecundo y acogedor. Como sucedía en la zona desértica de Palestina por la que transcurría el Jordán, donde se abría ese venero de frescura vital, fecundando a su paso. Para un hombre con vivienda en el desierto como Juan, el agua debería resultarle aún más prodigiosa. Se arca a este elemento para su nuevo oficio que le dará apellido: “el Bautista”. Emplea agua y nada más que agua con el fin de suscitar la voluntad de conversión entre sus paisanos. Su actividad resultaría muy seductora, porque, según el relato de los evangelistas, acudían a él muchas personas de diferente condición (fariseos, saduceos, publicanos…); si bien nítidamente distinguidos en la vida social, se unían para recibir el agua en un bautismo con un significado simbólico. Muchos otros habían usado este rito con un fin similar. Juan el Bautista enseñaba agua queriendo mostrar limpieza y vida nueva, es decir, conversión de corazón. Pretendía motivar hacia un cambio personal y lo conseguía, pues no eran pocas las personas que llegaban hasta él para recibir de sus manos esta agua que corría por el río Jordán. De este modo preparaba la situación para uno que tenía que venir, también con rumor de agua, con un mayor poder.

                Al contrario que los otros evangelistas, el evangelista Juan no narra el bautismo de Jesús. El motivo de fondo podría ser evitar darle a Juan el Bautista un protagonismo excesivo en detrimento del de Jesús. No era un riesgo infundado, sino que aún persistían discípulos del Bautista que reivindicaban para él la supremacía sobre su primo. Sin embargo sí narra lo esencial del episodio del bautismo en cuanto que habla de Jesús y del descenso del Espíritu sobre Él. Al reconocerlo como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo está empleando la imagen del animal del sacrificio para el perdón de los pecados del Antiguo Testamento para aplicarla a una persona que reconoce como el que puede realmente quitar el pecado del mundo. Los lugares de la Escritura donde se nos habla del ritual del sacrificio del cordero no aclaran si realmente era eficaz para el perdón de los pecados. El Bautista no tiene de duda de que Jesús, el nuevo cordero, los perdone. Comienza una realidad nueva. El poder simbólico del agua al que apelaba Juan el Bautista va adquirir un poder mayor, porque va a conseguir el Espíritu de Dios para cambiar a la persona. Ya no se trata solo de una voluntad de cambio por parte de quien se acerca a recibir el agua, sino que Dios lo hace posible porque vincula consigo mismo como hijo suyo a la persona que toca con su Espíritu por medio del agua. En Jesucristo la antigua realidad se convierte no solo en realidad nueva, sino en realidad sagrada.

                El hijo de su tía María, primo suyo, se le revela al Bautista como el enviado de Dios que existía antes que él cuando ve que el Espíritu desciende sobre él. El poder de Dios en cada persona por su Espíritu desvela la identidad divina y pertrecha con la capacidad de hacer sagrada la realidad que se vive, en la que se trabaja, la red de relaciones… porque hacia allí se lleva el Espíritu de Dios y queda santificado. Esto es posible porque el Cordero de Dios quita el pecado el mundo y renueva y santifica.

Es poco que Jesús sea el hombre obediente a Dios Padre, ejemplo de rectitud y verdad, porque Él es luz de la naciones y transformador de realidades. En Él toda persona queda santificada y con poder para santificar.

El tiempo ordinario iniciado tras la fiesta del Bautismo de Jesús nos abre a la santidad cotidiana. Sin celebrar ningún misterio en especial de la vida de Jesucristo los celebramos todos, observando cómo lo de antes ha sufrido cambio de significado tras su paso; singularmente nosotros, que hemos quedado santificados por su Espíritu. El agua ya no puede resultarnos insípida tras tanto sabor concedido por Cristo. 

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