Eclo 35,12-14.16-18: El Señor es un Dios justo, que no puede ser parcial.
Sal 33,2-3.17-18.19.23: Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha
Tm 4,6-8.16-18: el Señor me ayudó y me dio fuerzas para anunciar íntegro el mensaje, de modo que lo oyeran todos los gentiles.
Lc 18,9-14: Todo el que se enaltece será humillado y el que se humille será enaltecido.
La inquietud y la duda se comparten en forma de pregunta y ésta espera una respuesta más que satisfaga, a que cause agitación. Esto puede empeñar los esfuerzos de modo inapropiado y renunciar a la sinceridad, prefiriendo una respuesta artificial para contentarse. Si lo que nos va en ello es el valor de nuestra vida, entonces podremos ser capaces de poner dolosamente en la boca del mismo Dios aquella contestación que nos gustaría oír, pero con la que renunciamos a conocer la verdad y el sincero amor que tiene nuestro Señor por cada uno. Él no puede ser parcial, no desoye ninguna de las súplicas de los humanos, pero su palabra es palabra de misericordia y justicia, que no se ciñe a nuestras expectativas inmisericordes e injustas.
El Maestro nos propone un ejemplo a modo de parábola, recreando una situación inventada que, seguramente, no sería infrecuente en la época. “Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, un publicano”. Dicho de otro modo: “dos seres de barro, de mismo barro pobre, frágil, asustadizo, pero moldeable, subieron al templo a buscar a su Creador para que confirmase la valía de aquella masa”. La respuesta sobre el valor de nuestra existencia es algo crucial para la felicidad: ¿Qué sentido tiene mi vida? ¿Estoy siendo de provecho? Las dos personas que acudieron a Dios llegaban con la misma necesidad: la aprobación de Dios; y no hay mayor aprobación que la expresión del amor.
En el caso del fariseo se respondió a sí mismo y no dejó intervenir a su Dios. Era tan inseguro, tenía tanto miedo a enfrentarse con la realidad de su pobreza, de su barro, que él mismo se contestaba intentando buscar encanto para sí con las cosas que había hecho. Taponó el canal para escuchar a Dios y, de algún modo, estaba negando que ese Dios al que acudía, realmente le hiciera falta, porque él se ponía en su lugar respondiéndose a sí y no dejando que lo hiciera el Señor. Cuando nos falta reconocimiento de la propia debilidad, no encontramos pecado en el corazón, pensamos internamente está todo bien y que apenas hay posibilidad de mejorar, vemos en los demás manojos de pecados y desatinos, entonces estamos cerrando las entrañas a Dios y le decimos que no nos hace falta.
El publicano, tan inseguro de sí al reconocer tanta fragilidad y pecado, tenía una terrible necesidad de acudir a Dios. Y se dejaba mirar con ternura por Él, porque le había abierto sus puertas de su pobreza. La humildad es la llave del corazón para que entre el Señor y obre modelando ese barro con cariño, misericordia y justicia. El reconocimiento sencillo de nuestra pobreza sin dramas hace posible que Dios responda a la pregunta sobre quién soy y me ayude a pedir perdón, mejorar, agradecer, alabar, compartir…
El resultado de aquellas dos oraciones revelaba el fracaso o el éxito de cada uno: el fariseo volvió igual, y aún más fortalecido en su dureza y su inseguridad, porque había sido sordo a Dios; el publicano regresó a casa alegre, porque tenía la experiencia de una misericordia superior a sus maldades y en ella encontraba motivos sobrados para el cambio.
Habiendo experimentado esta seguridad en Dios, esta respuesta de paz y justicia en el corazón cuando escuchamos al que nos habla continuamente con tanta ternura y firmeza, ¿cómo no comunicar a otros la alegría de sus misericordias? El Espíritu Santo agita desde aquí a tantas personas entusiasmadas en el Señor para que lo comuniquen donde aún no ha llegado el conocimiento de quién es este Dios compasivo y justo. “Salir de la tierra” se convierte en un movimiento del Espíritu de Dios a colaborar para el encuentro con Él en cada corazón que aún no lo conoce, escuchando la respuesta novedosa que tiene para cada persona, como Padre que lleva en su corazón el nombre de cada hijo. Salir de la tierra para encontrar nuevos hogares, donde Dios ha querido hacer casa nueva.