Reflexión en torno a las lecturas del JUEVES SANTO.
Ex 12, 1-8. 11-14: Este mes será para vosotros el principal de los meses.
Sal 115: El cáliz de bendición es comunión con la sangre de Cristo.
1Cor 11, 23-26: Haced esto en memoria mía.
Jn 13,1-15: “Si no te lavo, no tienes nada que ver conmigo”.
El deseo se parte en dos cuando nuestro querer anda dividido entre dos bienes que no pueden darse al mismo tiempo: queremos que llueva, queremos que no llueva. Ambos bienes no son de capricho, sino que están sostenidos por razones: la escasez de agua del año está causando un daño severo; los esfuerzos de tantas personas en tanto tiempo y energías están amenazados por la lluvia en estos días. El cielo se llena o se vacía de nubes y nuestra cabeza de deseos y razones (a veces en conflicto).
La mesa de aquella Cena de despedida también estaba sembrada de razones, de razones de discípulo. A la medida del deseo, así las razones. El deseo de Judas barruntaba un Mesías de triunfo, Señor de espada y victoria; un Jesucristo poderoso a mazazo de milagro, de juicio, de castigo con los malvados. Pero la actitud de Jesús tuvo que desconcertarle, y entonces, con ayuda del diablo, brotaron las razones para la traición. A Pedro el deseo le venía con la rigidez de una jerarquía: primero Cristo, luego nosotros y después los que viniesen, y a cada grado una autoridad, unas competencias, unos privilegios... y esto atraía las razones de honor, dignidad y corrección.
Con todas sus razones, ninguno de los dos entendió, porque sus deseos ya marchaban desordenados. No se pueden conciliar la preferencia por la fuerza y el dominio con el acompañamiento de Cristo; tampoco cabe aprender del Maestro, si se apartan los pies cuando quiere lavártelos. Las razones del Amor no confraternizan fácilmente con nuestras razones. Y la razón primera del amor es dejarse amar por Cristo y, dejándose amar, entrar en el aprendizaje del amor al modo del Dios hecho hombre.
Cuadro de texto: Muchas veces os lo digo, hermanas, y ahora lo quisiera dejar escrito aquí que no se os olvide, que esta casa y aún toda persona que quiera ser perfecta, huya mil leguas de “razón tuve”, “me hicieron sin razón”, “no tuvo razón quien hizo eso conmigo”. De malas razones nos libre Dios. ¿Parece que había razón para que Jesús sufriera tantas injurias? La que no quiera llevar la cruz, no sé para qué está aquí. (Santa Teresa de Jesús, Camino de Perfección 13,1)
Razones podía tener Cristo: para la reprensión a sus discípulos por su torpeza; para huir en el momento del peligro; para la maldición y la condena del pueblo; pero sólo le movió la razón de Dios: el amor. Y las razones de amor admiten locuras. Hasta tres locuras cometió Cristo aquella noche, tres locuras que quedarían unidas para siempre:
Locura de pan: para hacerse Él pan como alimento y que el pan se haga Él. El pan que se comparte merma y disminuye la ración; Cristo hecho pan aumenta la generosidad, la fraternidad y la comunión, nos hace más de Dios y más capaces de amar como Dios.
Locura de torpes: para tratar el pan santo y custodiar su mensaje santo habría que habilitar a los más diestros y capaces. ¡No!, misterios del amor divino: Cristo eligió a sus sacerdotes, llenos de torpezas, para que sirvieran no por sus habilidades, sino por el don de Dios puesto en ellos.
Locura de pies: la mesa pide reposo y conversación, no trajinar por el suelo. Después de llenarse Jesús las manos de pan, se le llenaron de afán por hacer servicio de esclavo, lavando los pies a los demás.
¿Qué tendrá ese pan de Dios que sirven los curas con sus torpezas? Muchas razones para poner reparos al amor de Dios: ¿por qué pan, cosa simple?, ¿por qué con curas? Pero si no se ensancha el corazón al escuchar la Palabra de Cristo y comer este pan, vibran las manos para lanzarlas al ejercicio del amor con especial delicadeza entre los sufrientes y débiles, podremos llenar de razones nuestra vida y faltará la principal, la mejor, la única: el amor de Dios que nos ama primero, para que nosotros amemos. “Haced esto en memoria mía”.