Sof 3,14-18a: Alégrate y gózate de todo corazón, Jerusalén.
Is 12,2-3.4bed.5-6: Gritad jubilosos: “Qué grande es en medio de ti el Santo de Israel”.
Fp 4,4-7: Nada os preocupe; sino que, en toda ocasión, en la oración y súplica con acción de gracias, vuestras peticiones sean presentadas a Dios.
Lc 3,3-18: “¿Entonces qué hacemos?”.
Otras cuestiones pueden dirimirse arriesgándose a la improvisación, para ir viendo resultados que tampoco serán decisivos, pero esta pregunta merece abordarla despacio y con determinación, porque en ella nos va no solo esta vida, sino también la eterna: ¿Entonces qué hacemos? La gente se lo preguntaba a Juan Bautista. El principio es algo suficientemente aclarado para todos: queremos el bien, la felicidad, pero no la labor más compleja es trazar el itinerario concreto para llegar allí, qué hacer. Una ayuda inestimable es una referencia que nos aporte seguridad sobre lo que buscamos. ¿Qué hacer? Podemos hacer sencillamente “lo que hacen los demás”, y así mi vida será una entre tantas, al albur de la moda del momento o de la postura mayoritaria, inadvertida y sin desentone. ¿Será esto suficiente? Tal vez falta referencias, personas a las que dirigirse, no para resolvernos la cuestión, sino para aclarar para indicarnos. ¿A quién me podría acercar hoy yo para recibir pautas para decidir concretamente?
Los que recurrieron a Juan Bautista consideraban en él a un hombre de Dios de palabra y obra. Seguramente Juan no era una persona de muchas palabras; le bastaba con su vida para manifestar hacia fuera lo que vivía por dentro. La pellica de camello con la que se vestía enseñaba muchas más cosas que las que escondía: alguien sin doblez, transparente, defensor de la justicia y la verdad, servidor del Señor. Quien quiera conocer las cosas de Dios es bueno que se acerque a los hombres de Dios. Pero, ¿todavía los hay? ¿Aquí los tenemos? No hay dificultad para dar con una persona buena, alguien generoso, servicial, honrado, pero los hombres de Dios no solo son eso.
El Bautista daba receta genérica para las situaciones generales: “El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo”. La respuesta afecta a la generosidad con lo material, en concreto con el vestido y con el alimento, dos elementos de primera necesidad. Parece ir más allá de una distribución económica, sino de buscar el bienestar del otro tanto como el mío propio; que me preocupe tanto su frío y su hambre como mi frío y mi hambre. Una situación de necesidad común que afecta de forma diferente se solventa con una respuesta para el bien común. Luego vienen preguntas de oficios específicos. Los publicanos, agentes de los impuestos, tenían el derecho de poder aumentar el importe a pagar para su beneficio. Juan pide moderar sus exigencias y no reclamar más que lo justo. El provecho de uno no puede significar el perjuicio de otro, hay que buscar la equidad y la justicia. Unos soldados acuden también con la pregunta sobre qué hacer, y Juan les responde con un empleo de la autoridad y la fuerza que respete a los demás y con que estén contentos con su salario. Detrás de todas las repuestas se agita el tema económico unido al cuidado de las demás personas, para servir con ello, para evitar los abusos que son una excusa injustificable de que alguien tiene más derecho que los demás y puede aprovecharse de lo ajeno para apropiárselo y hacerlo como suyo. A cada uno que le interroga le da consejos sencillos de vida, que pueden entenderse como prácticas de sentido común, pero que es necesario escuchar de cuando en cuando por parte de alguien para recordárnoslo y para que reparemos que hay actitudes muy generalizadas que, aunque sean habituales, no tienen por qué ser normales. Pronto seduce el comportamiento del compañero cuando observamos que le reporta un beneficio que a nosotros no.
Hoy ya no está el Bautista entre nosotros para preguntarle y recordarnos. El anunció al alguien que vendría tras él con más poder, a Jesucristo. Le aplica, como comparación, la actividad de quien, cuando concluía la siega, echaba al viento el grano con la paja para separar el trigo de lo demás. Esta imagen recoge el final de un proceso donde somos nosotros esa planta de la cual se podrá sacar mucho o poco fruto, poca o mucha paja. Aquel trance llegará en su momento; ahora es el tiempo de sacarle el máximo partido a la tierra, el agua y el sol para provecho del grano. No es un esfuerzo espartano y severo, sino el sacrificio alegre de disfrutar de la vida con profundidad. La alegría ligera, la que se ve a poco que sople el viento que se lleva la paja del bieldo, se consigue sin esfuerzo, hasta con dinero. La alegría que persevera se logra a precio de trabajo y de ir confirmando con respuestas diarias la pregunta de sobre lo que debemos hacer. El “Gaudete” de este tercer domingo de Adviento se origina en la alegría eterna y nos llega aquí; viene como del futuro para hacer vibrar nuestra vida y que la vivamos con satisfacción, disfrutando, promoviendo la alegría alrededor. Para ello habrá que preguntarle con frecuencia a Jesucristo lo que debemos hacer y contrastar nuestras alegrías someras con la alegría de su resurrección, y nuestras aspiraciones limitadas con la ambición de la vida eterna. La alegría de verdad no se improvisa, se prepara con trabajo, anticipando la definitiva, cuando Él vuelva.