Ciclo C

Exposición del Santísimo

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  • San Pedro Apóstol

  Todos los JUEVES de 19.30 a 20.30

  • Santa María la Mayor

  Todos los DOMINGOS de 19.00 a 19.30

  • Las Mínimas

  Todas las MAÑANAS de 9.30 a 13.00

Acercate a la Oración

jesus 7502413 1280«Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos».Él les dijo: «Cuando oréis, decid: “Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos hoy nuestro pan de cada día, perdónanos nuestros pecados, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores, y no nos dejes caer en tentación”»  

Si quieres orar y estar junto a Jesús lo puedes hacer... 

 Todos los VIERNES a las 20:00 horas.

 En la Parroquia de SANTA MARÍA la Mayor.

DOMINGO XXXII DEL T. ORDINARIO (ciclo C). JORNADA DE LA IGLESIA DIOCESANA. Dedicación de la basílica de Letrán. 9 de noviembre de 2025

Ez 47,1-2.8-9.12: Habrá vida dondequiera que llegue la corriente.

Salmo 45: El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios, el Altísimo consagra su morada.

1Co 3,9-11.16-17: “Hermanos: sois edificio de Dios”.

Jn 2,13-22: Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: «El celo de tu casa me devora.»

 

A más sed, más consciencia del valor del agua. A más sensibilidad, mayor percepción de la necesidad de la belleza y de los estragos que causa su ausencia. Jerusalén lindaba con el desierto y su templo albergaba la presencia más sagrada de Dios en la tierra. Parecería como si Dios prefiriera hacer morada entre su pueblo en un terreno fronterizo con la aridez y la nada. La precariedad puede alarmar, si no se cuenta con la confianza de alcanzar lo necesario para satisfacerla. Una tierra esteparia como Jerusalén temblaba ante la idea de verse sin agua. La imagen de un templo del que brota la vida a raudales, como un manantial de caudal imponente, la comunicó Ezequiel, el profeta, el hombre de sensibilidad ante lo divino y de alarma ante el pecado que rechaza la belleza necesaria que viene de Dios. Solo del lugar más sagrado puede venir la salvación para una tierra acosada por la sequía, por la indigencia y la escasez. Y habría de venir con una abundancia tal que se derramaría fecundidad allá por donde pasase el agua que brotaba del templo. Fecundidad y salud.

¿Cómo podrían los cristianos dejar de entender en esta visión de Ezequiel la transformación de la realidad seca y agostada por una de vergel y abundancia que produce el agua del bautismo en el que recibe el sacramento? Hablar de la Iglesia diocesana nos lleva a mirarnos como templos de la presencia de Dios, donde Él ya derramado las aguas de las que hablaba Ezequiel y ha provocado una realidad frondosa, fecunda y radiante. Esta jornada proclama: “Tú también puedes ser santo”, aunque, en realidad, ya lo somos, porque nos ha santificado el Santo, el Santísimo, el único cuya santidad purifica y renueva cuanto toca. Somos tierra reseca, donde ha comenzado a manar un agua pura y nueva. Para nosotros la santidad no se alcanza con un esfuerzo moral, ni con la pretensión de superación, aunque sean necesarios, sino que ya se nos dio al darnos Dios su Espíritu. Solo tenemos que dejar que brote en nosotros y vaya derramándose por cada rincón de nuestra vida, por cada acción, cada pensamiento, cada relación. Y, para ello, claro que es imprescindible una vida acorde al Evangelio, caminar en el Camino, que es Cristo, cuidar la vida cristiana. Sin olvidar que, lo que se nos pide, ya se nos dio por antemano y con sobreabundancia.

Hablar de la Iglesia Diocesana también es mirar hacia una realidad comunitaria donde el obispo es fuente de comunión para cuidar la relación con Dios y la fraternidad, consecuencias más preciosas de la presencia y la acción del Espíritu en nuestras vidas.

El episodio de Jesús en el templo nos ofrece una imagen impactante, un Maestro airado, increpando a vendedores y tirando al suelo sus cosas. Su sensibilidad ha sido herida. Mientras que el trabajo de aquellos vendedores de ganado estaba legitimado por las autoridades del templo, para proporcionar los animales necesarios para los sacrificios, y el de los cambistas, para proporcionar la moneda que solo era válida en el templo, diferente de la de curso legal en el exterior, el Maestro ve en ello un atentado contra la santidad, la belleza divina. No es improbable que hayamos normalizado actitudes, posiciones, pensamientos… incluso amparados por la misma institución de la Iglesia, que, sin embargo, no son bellos, o declaradamente feos, que afean la belleza de la santidad de Dios en nosotros; ponen un dique al agua del Espíritu en nuestra vida.

La conciencia de que somos templos de Dios nos ha de mover a valorar profundamente esta realidad y cuidarla y pregonarla. Y dos son los caminos irrenunciables: fortalecer nuestra relación con el Señor y cuidar nuestras relaciones con los hermanos. Solo así participaremos de la belleza que el Altísimo provoca en quien habita.

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