Jer 17,5-8: Bendito quien confía en el Señor.
Sal 1: Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor.
1Co 15,12.16-20: Si nuestra esperanza en Cristo acaba con esta vida, somos los hombres más desgraciados.
Lc 6,17.20-26: Vuestra recompensa será grande en el cielo.
En los bolsillos de nuestras prendas depositamos las cosas menudas a las que echar mano de modo inmediato en nuestro trajín cotidiano, porque nos pueden hacer falta en cualquier momento (las llaves de casa, dinero suelto, un bolígrafo…). Basta con introducir la mano en el pequeño saco cosido al pantalón o a la chaqueta, tantear con el tacto y localizar lo que necesitamos. Los llenamos nosotros para facilitarnos nuestro día a día.
El corazón tiene también sus bolsillos y, a veces, hasta alforjas, para afrontar los retos cotidianos. Las Lecturas de este domingo nos llevan a mirar las herramientas con que contamos en nuestra vida y, extrañamente, considera una oportunidad enorme tener todos los bolsillos vacíos. La pobreza, el hambre, el llanto, la tristeza, la marginación… muestran una situación de carencia que podría entenderse como desgracia, y que, sin embargo, el evangelio considera como bendición. Lo expresa con esa retahíla de bienaventuranzas que tanto han cautivado a cristianos y a no cristianos por su fuerza y su carácter profético, pero que, a la hora de mirarlas en su concreción, no deja de resultar inquietante. ¿Quiere Dios la pobreza, el hambre, la tristeza…?
Las palabras de Jesús resultan provocadoras, también desconcertantes si no se las entiende en el contexto global del Evangelio. La saciedad de bienes, de bienestar, de logros, tapia el acceso al Espíritu Santo en nuestras vidas, cuando se cree tener resuelto el camino. La precariedad, en cambio, nos pone en una situación de necesidad que, guiados por este mismo Espíritu, ha de llevar a una mayor confianza en Dios, la esperanza en Él y en su Palabra, la búsqueda de su voluntad. El miedo a perder lo que se tiene como lo más valioso, impide la aventura de dejarse enriquecer con Dios con lo que realmente enriquece y llena el corazón. Las imágenes que ofrece el profeta Jeremías en la primera lectura poseen una fuerza descriptiva potente: un cardo en medio de la estepa, se yergue con altura sobre los demás matorrales, como dominando el paisaje, pero en un entorno árido, estéril y estando él mismo seco, improductivo. En cambio, el árbol plantado junto a la corriente de agua podrá dar mucho fruto y estará frondoso sin límites.
Para llenar los bolsillos de lo de Dios hay que vaciarlos primero. En ocasiones te los vacía la vida, otras uno mismo debe esforzarse para ello y dejar que el Señor los colme de resurrección, de aquello que nos hacer ir participando ya de la vida futura y definitiva. Los ayes de Jesús como contrapartida de las bienaventuranzas, representan el dolor por las vidas cuyas elecciones han desechado lo de Dios de sus bolsillos, de tu cotidianidad, para ocupar su puesto con otras cosas, que no apuntan hacia la resurrección, sino otros fines diferentes. Es un lamento por la desgracia de quien cree vivir mejor, sin haber conocido la vida verdadera y la vida de gracia en el Señor. Es su Espíritu el que tiene que llenar los bolsillos de nuestro corazón; Él provoca la bienaventuranza en la carencia, en la debilidad, en la precariedad, y convierte este vacío en un lugar agradable para que Dios habite y colme.