Hab 1,2-3.2,2-4: El justo vivirá por su fe.
Sal 94: Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: “No endurezcáis vuestro corazón”.
2Tm 1,6-8.13-14: Guarda este tesoro con la ayuda del Espíritu Santo que habita en nosotros.
Lc 17,5-10: Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer.
A la hora de emplear una imagen para hablar de una fe tan poderosa como para arrancar una morera de cuajo y plantarla en el mar, se entendería bien la comparación con una montaña, un gran árbol o cualquier cosa de grandes dimensiones. Sin embargo, Jesucristo sorprende al compararla con algo tan pequeño como la semilla de la mostaza. El auditorio quedaría desconcertado, pero habría creado una situación en la que quedaría captada la atención dejando expectantes a sus oyentes a la espera de una aclaración. ¿Qué querría decir el Maestro?
Eso de: “Si tuvierais fe como un granito de mostaza…” ¿Qué significa exactamente? ¿Se refiere al tamaño, insinuando que la fe de ellos, sus discípulos, no llega ni siquiera a esas dimensiones tan pequeñas? ¿Se refiere a la capacidad para convertirse en un arbusto tan grande como un árbol? ¿O bien a la solidez de algo que, aunque minúsculo, contiene en sí todo lo que puede llegar a ser?
Quizás la respuesta puede ser cualquiera de las anteriores e incluso todas a la vez, de alguna manera. Entendiendo la fe como un regalo de Dios al hombre, también cabe pensar que la semilla de mostaza es diminuta al modo como también lo es el ser humano. Sin embargo, todo lo que puede llegar a ser es grande, aunque para ello hace falta, necesariamente, ayuda de fuera: de la tierra, del agua, del sol, del viento… No solo es importante lo que la semilla es en sí, sino también lo que puede llegar a ser gracias a todo lo que le aporten otros. Su capacidad para crecer y aprovechar cada regalo la harán prosperar, si se sirve bien de todo lo que le llegue, y convertirse en un arbusto con una envergadura considerable, y que, a su vez, produce muchas semillas que pueden convertirse también en otros arbustos… Sus posibilidades se vuelven ilimitadas, siempre y cuando acoja con provecho lo que se le aporta gratuitamente.
Por lo tanto, y desde esta interpretación, la fe implica crecimiento, no se queda estancada, sino que aumenta conforme la persona ha de enfrentarse cada día con nuevos retos. Ahí se ratifica la fe, se nutre del Espíritu de Dios y se afianza aumentando su tamaño. La obediencia a Dios visibiliza el grado de fe, y esa obediencia lleva a servir, a buscar el bien del otro con la esperanza de que se contagie de la fe en Cristo, que es lo que mueve a actuar al creyente.
También es importante la conciencia de la pequeñez propia: “Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer”, que reconoce a Dios imprescindible para vivir, para crecer, para dar fruto… Y, al mismo tiempo, invita a saber cómo el Señor hace maravillas en las personas llevándolas a un crecimiento hasta con poder para arrancar moreras y plantarlas en el mar solo con la palabra. La imagen del hombre de fe que supera dificultades con integridad y sin perder la paz, que discretamente trabaja por los demás es poderosa para interpelar a quienes lo ven y desear participar de aquello que le mueve.