Is 66,18-21: Vendré para reunir las naciones de toda lengua.
Sal 116: Id al mundo entero y proclamad el Evangelio.
Hb 12,5-7.11-13: Hijo mío, no rechaces la corrección del Señor.
Lc 13,22-30: Esforzaos por entrar por la puerta estrecha.
El resultado no debe hacernos olvidar el proceso. Con poco la cabeza se llena de sueños, como visiones de lo que querríamos para nuestro futuro; la carne del sueño, la va adquiriendo en el trabajo necesario para que se haga realidad, se teje en la determinación en conseguir aquello que nos proponemos y poner los recursos, instrumentos y esfuerzo acorde a lo que queremos.
Cuanto mayor es la envergadura del proyecto, más también tendrá que ser el trabajo; cuanto más decisivo, más exigentes deberíamos ser con nosotros mismos. Ejercer una profesión interesante, formar una familia, comprar una casa… son objetivos de los que se sabe que habrá que implicar tiempo, dinero y dedicación, por lo que su consecución se prepara bastante tiempo atrás. Tal vez es una de las mayores tragedias de nuestro tiempo la ruptura entre el objetivo y el camino, con la ilusión de que las cosas vendrán por sí mismas, sin más. La renuncia al camino esforzado y valiente desprecia el crecimiento personal y, por ello, desiste del encanto de la vida por el que vamos enriqueciéndonos al paso que vamos luchando para conseguir lo que nos merece la pena.
Si hablamos de la participación en la vida eterna, ¿cuánto habrá que implicar? Excede las capacidades humanas, por lo que no queda otra que dejarle actuar a Dios de un modo más consciente. Él viene a nosotros para dejarse encontrar, aunque solo darán con Él quienes quieran descubrirlo en su camino. El equilibrio no es fácil entre la ayuda de Dios, su gracia, su don y el trabajo humano, y no serán pocos los momentos de yerro y las equivocaciones. También son un regalo las correcciones que, con la luz del Espíritu, suponen un trabajo adicional para rectificar ante las equivocaciones. Dios sale al encuentro en nuestros errores para esclarecer y será descubierto aportando luz por el que quiera realmente la claridad y aprecie la calidad de lo que busca, la felicidad del cielo.
Los sustitutos de esta meta, que se nos presentan como soluciones cómodas al deseo compartido de felicidad, son decepcionantes, y llevan consigo la propiedad de, en la frustración de conseguir lo que prometían, aumentar el deseo de plenitud. No valen los atajos para la vida eterna, sino que es la acción armónica del Señor y la nuestra la que hace camino para llegar adonde, por nuestra condición de hijos de Dios, somos llamados.