Ciclo C

Exposición del Santísimo Y Oración

 

Exposición del Santísimo 

En San Pedro Apóstol TODOS LOS JUEVES de 19.30 a 20.30

En Santa María TODOS LOS DOMIGOS de 19.00 a 19.30

En Las Mínimas TODA la mañana de 9.30 a 13.00

 

 

 

 

 

 

DOMINGO IV DE ADVIENTO (ciclo C). 19 de diciembre de 2021

Miq 5,1-4: Él mismo será la paz.

Sal 79: Oh, Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve.

Hb 10,5-10: Todos quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo.

Lc 1,39-45: “¡Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá!”.

 

“Entrando en casa de Zacarías, María saludó a Isabel”. Con nuestro saludo nos presentamos ante alguien; le decimos: “aquí estoy”, y el otro contesta: “sé qué estás ahí, aquí estoy yo”. Es el primer mensaje con que se llama a la puerta de un hogar y se es recibido.

El saludo que le llevó María a su prima Isabel cuando la visitó, se expresaría, seguramente, en la palabra del “shalom” habitual de los judíos: la paz contigo, la paz a esta casa; un modo de decir, aquí viene alguien de paz a una casa con gente de paz. Pero un saludo no solo es una expresión; su fuerza, ante todo, radica en quien lo pronuncia y lo ofrece y quien lo recibe y lo acoge. ¿Sería el mismo el saludo de María antes de la encarnación del Verbo? ¿Lo habría recibido igual Isabel antes de concebir a Juan?

Nuestras experiencias nos van enriqueciendo y configuran nuestra persona. Isabel se encontró con la misma María de antes, pero algo había cambiado en ella: era la Madre del Salvador. María visitó, ya no a la prima que no había tenido hijos, sino a la madre gestante a punto de dar a luz al último de los profetas. En ambos casos había intervenido el Altísimo y compartieron estas alegrías la una con la otra.

Sin que haga falta ceñirse a un protocolo estricto, habitualmente, el encuentro con una persona de grandes responsabilidades, con mucha experiencia de vida… (a quien se suele llamar “importante”) requiere un saludo distinguido. Cuando Isabel fue visitada por María dijo: “¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre”. ¿Exageraba Isabel? Ante sí tenía a la Madre de Dios. El saludo de Isabel es el reconocimiento de la maravilla que Dios ha realizado en María para toda la humanidad. Todo su ser, hasta el niño en gestación de su seno, percibe la presencia de esta persona que ha ofrecido su vida a Dios, y a Dios mismo que se ha hecho carne humana en María para salvar al mundo.

               El Hijo de Dios ha entrado en el mundo con un saludo singular. Lo dice la Carta a los Hebreos, en el texto de la segunda lectura: “Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has formado un cuerpo… He aquí que vengo, oh, Dios, para hacer tu voluntad”. La condición humana que asume Cristo es para dejarse saludar continuamente por Dios Padre en este cuerpo, en esa carne y recibir el saludo de la misericordia divina, respondiendo con el saludo de la obediencia. Ahí estás tú, aquí estoy yo; Tú dándome lo tuyo, yo recibiéndolo y ofreciéndote lo mío.

 

Las dos primas rezuman una sensibilidad humana y espiritual maravillosa. Parecen apreciar entrañablemente la vida y querer vivirla como regalo de Dios. No centran su saludo en sus achaques, en sus problemas, preocupaciones o logros... sino en Dios, que hace cosas grandes.  A cualquiera a quien visiten llevarán la presencia de Dios; todo lo que quede visitado por ellas, incluso el Calvario, en el caso de María, recibirá la impronta de la esperanza divina de la que son portadoras. Así nos pide Dios que nos dejemos visitar nosotros y llevemos el saludo de su Buena Noticia, Cristo vive, a todas nuestras visitas. 

Programación Pastoral 2021-2022