Ciclo C

Exposición del Santísimo Y Oración

 

Exposición del Santísimo 

En San Pedro Apóstol TODOS LOS JUEVES de 19.30 a 20.30

En Santa María TODOS LOS DOMIGOS de 19.00 a 19.30

En Las Mínimas TODA la mañana de 9.30 a 13.00

 

 

 

 

 

 

SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO (ciclo C). Domingo 24 de noviembre de 2019

2Sm 5,1-3: Tú pastorearás a mi pueblo Israel, tú serás el jefe de Israel.

Sal 121: Vamos alegres a la casa del Señor.

Col 12,1-20: En Él quiso Dios que residiera toda la plenitud.

Lc 23,25-43: A otros ha salvado, que se salve a sí mismo.

El que insulta el último insulta mejor, sobre todo de igual a igual, de condenado a condenado. Comenzaron las burlas de las autoridades religiosas, los magistrados judíos, miembros del Sanedrín, sabios en las cosas de Dios que reflexionaban con fuerza de jueces. Estaban allí, lo suficientemente cerca como para observar el detalle del suplicio, lo necesariamente lejos para no contaminarse con la impureza de los condenados. Contemplarían con sorna el drama del Calvario publicando el fracaso de aquel Maestro Nazareno que tantas preocupaciones les había causado. Toda burla, todo insulto tiene un propósito dañino: arrojarle a la persona, a modo de esputo, la inutilidad de su vida. A ellos, nos dice el evangelista Lucas, se les unió también el pueblo. Aunque las autoridades defrauden, se espera la comprensión del pueblo. La muchedumbre tiene la capacidad de enternecerse con los desfavorecidos, aunque también de ensañarse a una con los desgraciados. No sintonizaron con el crucificado, sino que se unieron en burlas a los del poder, a los de la autoridad abalada por Dios.

La escena tiene una fuerza impresionante. El Nazareno crucificado recibiendo vejaciones hasta lo más miserable. Todos clamando, cada cual a su modo: “inútil, fracasado, inepto, basura para Dios…” La desolación tuvo que ser enorme, tras la traición y el abandono de los cercanos, vinieron los proyectiles del resto de los suyos, los de su pueblo; de los que se decían amigos de su Padre y aun creían que actuaban en su nombre; los que pertenecían a los sencillos, a la gente menuda.

El mismo letrero en la cabecera de la cruz justificaba los motivos de los desprecios: “Jesús Nazareno rey de los judíos”. Con letra de sentencia marcaba el motivo de la condena. En la ironía reconocía lo que en los insultos los demás negaban. Aquí el Mesías, aquí el Rey; demasiado Mesías y demasiado Rey para que haya sido reconocido como tal. Por último, el peor de los insultos: el de otro condenado a muerte. El más lesivo, porque aún se espera cierta comprensión en aquel que comparte sufrimientos y desprecios. Estos son a veces los más desconsiderados, los que más se ensañan, los que, conociendo el tormento, saben también dónde seguir atormentando.

Pero hubo uno, uno solo entre todos aquellos, que reconoció la realeza de Jesús. Ante manifestó su propia indignidad que lo hacía merecedor del suplicio. Quien es consciente de su propio pecado, de su condición de pecador, se capacita para detectar la santidad; quien sabe de su miseria, está habilitado para descubrir al grande, al poderoso, al verdadero rey. Me gusta imaginar que ese reconocimiento del ladrón crucificado le trajo consuelo a Cristo. Solo le pidió que se acordase de él en su Reino y el Señor le prometió el Paraíso. Basta con que nos recuerde a nosotros y no a nuestros pecados para tener regalo de cielo.

La realeza de Cristo se hace manifiesta en una clase de soberanía y de poder que percibió con audacia el ladrón arrepentido. La humanación del Verbo, la osadía divina de hacerse como uno de tantos sin hacer alarde de su omnipotencia, la conmiseración con los desgraciados y los despreciados, el trabajo por la justicia desde el suplicio de la injusticia, desde la desgracia. El amor sin condiciones hasta entregar la vida.

Solo una realeza de ese tipo es capaz de cautivar el corazón del miserable arrepentido, del criminal que aún guarda esperanza. Solo puede ser reconocido por espíritus que no se dejan deslumbrar por una realeza postiza ni de maquillaje, y encuentran una seducción irrefrenable en el que ha preferido compartir con los desposeídos, que amistarse con los poderes de este mundo. El que prefiere participar del insulto a los insultados para ofrecer el perdón a los que ultrajan y amparar a los que no tienen otra esperanza que Él se acuerde de ellos en su Reino.

Programación Pastoral 2021-2022