Reflexión en torno a las lecturas del Domingo V del T. Ordinario (ciclo C). 10 de febrero de 2019
Is 6,1-2a.3-8: “¿A quién enviaré?... “Aquí estoy, mándame”.
Asombraban los gritos de los serafines proclamando la santidad de Dios, estremecía el temblor de las jambas y los umbrales de las puertas del templo. Lo vio Isaías y se vio pequeño, impuro, pecador, indigno ante el espectáculo. Uno de aquellos serafines tocó los labios del profeta Isaías con un ascua tomada del altar del templo y sus pecados quedaron perdonados. Ya no se acordaba de su impureza, sino que se sintió interpelado por el Señor cuando pidió mensajeros; se ofreció… y Dios lo escogió por profeta suyo.
Deseamos, pensamos, proyectamos, elegimos, actuamos. Procuramos cierto orden y el modo como distribuimos esto es decisivo. No es infrecuente que primero decidamos y luego le pidamos su parecer a Dios o bien que pretendamos que Él adecue su voluntad a la nuestra. ¿Sería, tal vez, conveniente comenzar por estremecerse ante el Dios tres veces Santo y adorarlo y escucharlo antes de dejar enfilados nuestros propósitos? Antes de entender a Dios, de preferir en nuestras decisiones, antes de quejarnos por aquellos acontecimientos de penumbra que nos cuesta aceptar… antes hay que ponerse de rodillas ante el Altísimo escuchando cómo se alegran los ángeles al pronunciar su santidad.
Del mismo modo acabó Pedro ante el Maestro nazareno: de rodillas. Primero lo escuchó predicando a la gente desde su propia barca, luego atendió a su petición (tampoco sensata para un pescador experimentado, pero acogida por la autoridad del que pedía) y, por último, acabó a sus pies, sabiéndose indigno. El prodigio de la pesca abundante cuando no había ninguna esperanza de capturas le sobrecogió. No acudió a razonamientos para la explicación de lo sucedido, sino que reconoció la grande de quien le había pedido.
Los serafines nos enseñan a no estar ociosos, a no desperdiciar el tiempo; es decir, a adorar al Señor reconociendo su grandeza, su belleza, su bondad y alegrarnos con ello. Si esto fuera así, todo lo demás vendría de corrido y participaríamos sin obstáculos en esa misma santidad.