Hch 4,8-12: “Bajo el cielo, no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos”.
Sal 117,1.8-9.21-23.26.28-29: La piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular.
1Jn 3,1-2: Cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es.
Jn 10,11-18: Yo soy el buen Pastor, que conozco a las mías y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas.
Al frente de un racimo de balidos, pezuñas, leche, lana y tozudeces, ¿qué cabe esperar? Ante todo cosas de oveja. Fue uno de los primeros animales domesticados y desde el momento en que se acostumbró a la mano humana, ya no supo vivir sin pastor. Tanta necesidad tiene de él, que al primero que llegue lo nombrarán tal y será difícil que se acostumbren a otro. Esta facilidad para concederle tal autoridad a cualquiera supone exponerse a un gran peligro, porque ya no se trata solo de elegir a un pastor mejor o peor, sino también abrir la posibilidad a tratar como pastor a quien no lo sea y no tenga propósito de serlo.
¿Cómo se distingue al buen pastor del que no lo es? Por sus intereses, que se desvelan al observar cómo cuida a su rebaño. Pero la fuerza de autoridad no radica en su capacidad para imponerse, engañar o ni siquiera seducir, sino en la credibilidad que le da cada oveja. Y esta confianza se sostiene en la fascinación de sus promesas. Podrá tratarse de esperanzas inverosímiles, desajustadas a las necesidades reales o incluso dañinas, pero si se les da crédito, entonces la oveja y, posiblemente el rebaño, irá detrás. Tanto anhelo existe de pastor que somos capaces de pedir que lo sea a cualquier cosa.
Cuando Jesucristo se presente como el buen pastor, apela a una imagen bien conocida por los judíos. El pueblo tenía una amarga experiencia de pésimos pastores y a la vez de su Dios se había presentado ante ellos como el verdadero pastor, aunque el caso que le hicieron fue discontinuo. Y ¿qué es lo que provoca que se prefiera lo malo a lo bueno, la inmundicia a la calidad? Quizás por la oveja tiende a una comodidad insana y para nada exigente, que la limita a ser un animal gregario, sin distinción entre las demás del rebaño y con pocas más preocupaciones que satisfacer lo que en cada momento pide el cuerpo y disfrutar cuanto tiene. Tal vez porque renuncia a buscar lo mejor y claudica, por tanto, de ese esfuerzo por vivir con hondura e intensidad. Posiblemente porque no ha encontrado en la vida de otras ovejas algo que reamente convincente sobre lo que presuntamente tendría que ser un buen pastor.
Con todo, Cristo sigue siendo el Buen Pastor, aunque quienes lo entendamos como tal no demos muchas muestras de que realmente es Él quien nos guía, porque nos conoce, porque nos ama, porque es el único que pronuncia con propiedad nuestro nombre. También porque, a la hora de asomarnos a lo que nos proporciona, no vemos interés de lucro ni un provecho prevaricador, sino a Aquel que quiere cumplir la voluntad de su Padre, al que ha dado su vida por todos y por mí, al que ha resucitado para que tengamos vida. Dependiendo de aquello a lo que aspiremos le daremos credibilidad y será para nosotros el único pastor, el de verdad, el bueno.