Ap 7,9-10.13-14: Yo, Juan, vi una muchedumbre inmensa.
Sal 23,1-6: Estos son los que buscan al Señor.
1Jn 3,1-3: Todo el que tiene esta esperanza en Él, porque lo veremos tal cual es.
Mt 5,1-12a: Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.
Aunque sin compartir la sangre del parentesco, a los amigos se les concede el título de familiares, con derecho y deber de dejar una huella de importancia en mi propia vida. Los hay cercanos hasta la confianza de abrirles las entrañas y otros de trato más esporádico o circunstancial. Si existe verdadera amistad, se podrá contar con ellos en cualquier ocasión. Contemplando la amistad con ojos creyentes, ellos son signo e incluso primicias de la fraternidad universal fundada en la paternidad de Dios por su Hijo Jesucristo. En esta urdimbre de relaciones de todos en Dios, descubrimos la necesaria colaboración de unos con otros para hacer efectivo el amor divino entre nosotros, para trabajar en la búsqueda común de la salvación de todos. En la amistad concretada en el amigo, o sencillamente en cualquier persona “amigable” (en cuanto amadas por Dios y necesarios todos para la historia de la salvación) se aprende y se enseña, se disfruta y se sufre, se sueña y se trabaja, aliviando la soledad, en especial aquella que se acentúa en el enfrentamiento con los retos arduos de cada jornada. Es cuando se pone a prueba si hay de verdad amistad, si hay deseo de fraternidad e implicación en ella. El sentir popular pide amigos hasta en el infierno…, pero mejor tenerlos en el cielo.
Juan tuvo una revelación, una visión movida por Dios, y la puso por escrito en un libro. El libro recibió precisamente el título de “Revelación” o, lo que es lo mismo en griego, “Apocalipsis”. En él se recogen distintas visiones sobre un momento futuro sin determinar aunque decisivo y final, donde hay una lucha contra el mal, y numerosos esfuerzos y sufrimientos por los fieles a Jesucristo. La presencia victoriosa del Señor y su triunfo definitivo con todos los suyos sobre la muerte y el mal. Parece que se escribió en un momento donde la Iglesia pasaba serias dificultades y pretendía alentar y avivar la esperanza de los creyentes. Lo que Juan contempla en este pasaje es el anuncio del final triunfal de quienes sufrieron a consecuencia de su fe, es decir, una visión de una multitud inmensa de santos, los amigos del Señor.
También los ojos de Jesucristo, nos dice el evangelio de este domingo, contemplaron un gran gentío. Entonces “el Maestro se subió al monte, se sentó, se acercaron sus discípulos y comenzó a hablar enseñando”. ¿Cuántos de ellos serían amigos suyos? Entre tantos estarían los íntimos, incondicionales; los discípulos, a veces firmes a veces vacilantes; los coyunturales, dependientes del aire del momento. A todos les propone (a todos nos propone en ellos) amistad. Amistad con el Hijo de Dios hecho hombre, con el crucificado resucitado. Una amistad que da la felicidad. Comienza hablando de dicha, que es el final gozoso y compartido por Dios para todos los pobres en el espíritu, mansos, los que lloran, que tienen hambre y sed de la justicia, misericordiosos, limpios de corazón, trabajadores por la paz, los perseguidos por buscar la justicia, y todo el que sea perseguido o calumniado por ser fiel a Jesús. El color del bienaventurado es el del que se ha dejado colorear por Cristo esforzándose por una vida donde la búsqueda de Dios y el cumplimiento de su voluntad son permanentes, aunque no tenga muchas veces una retribución directa y positiva por parte de la sociedad y el mundo, pero sí la alegría profunda y la felicidad disfrutada aquí en ciernes y completada en la Vida eterna. Hay amistades que te hacen crecer, para otras, hace falta antes haber crecido. Ambas cosas suceden con Jesucristo.
Esta fiesta solemne de todos los santos es la celebración de los amigos del Señor, que cumplieron bien con su amistad y han recibido el mejor regalo del mejor amigo: la bienaventuranza eterna, compartir hogar con Él por siempre. Nosotros aún nos debemos esforzar en esta amistad, y contamos con la ayuda preciosa de estos hermanos nuestros ya llegados al cielo, porque piden a su Amigo por nosotros, porque son un ejemplo y un estímulo para no despreciar ni olvidar la amistad de Cristo. Son la prueba de la promesa de Vida eterna hecha por Dios, son la semilla fructificada de la sangre derramada de Cristo, son el fruto visible del Espíritu Santo en la vida del ser humano. ¡Qué bueno tener estos amigos hermanos en sitio tan alto, tal ayuda para elevarnos hacia el Amigo! Con ellos crecemos en amistad con Jesús, con ellos crecemos para amistarnos más con Jesús.