Jos 24,1-2ª.15-17.18b: “¡Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a dioses extranjeros!”.
Sal 33: Gustad y ved qué bueno es el Señor.
Ef 5,21-32: Sed sumisos unos a otros con respeto cristiano.
Jn 6,60-69: “Este modo de hablar es inaceptable, ¿quién puede hacerle caso?”.
El libro de Josué, donde se narra una conquista fulminante de la Tierra Prometida por el Pueblo de Israel liberado de la esclavitud de Egipto, acaba con una reunión en el santuario de Siquén. En aquel enclave religioso, tras tener el dominio de la tierra prometida a sus padres, Josué insta al pueblo, tribu por tribu, a que se decida si va a seguir al Señor o a otros dioses. La respuesta unánime fue la lealtad al Dios que los sacó de la esclavitud. El contexto de exaltación tras la conquista del país con éxitos militares extraordinarios facilita una respuesta de adhesión a Dios. Pero el entusiasmo no se sostendría en el tiempo. El libro siguiente, el de los Jueces, revela una conquista lenta, sufrida, con largos periodos de sometimiento a pueblos más fuertes… y de infidelidad a Dios. La perseverancia se mantiene en la victoria, pero en la derrota se deteriora y cede. Sin dejar de ser el mismo ni de velar por sus hijos, Dios observa cómo se acercan y cómo se alejan los que Él ama. Todo depende de si el Señor satisfizo sus expectativas o decepcionó.
Cierto día miles de judíos contemplaron el triunfo de Jesús en una montaña donde repartió pan para todos. Recibieron comida sin pedirla y pudieron descubrir al Dios providente que se anticipa a las necesidades de los suyos como Padre bueno. Y esperaron más de Dios, aunque no tanto para alcanzar a contemplar los bienes que el Altísimo les ofrecía. No basta el alimento, no basta el vestido, no basta la salud ni la educación… aún hay mucho más para todos, con tal de esperar aquello que se brinda. Fueron capaces de subir a una montaña en la búsqueda del Jesús de los signos, pero no quisieron subir más allá a las Alturas del Jesús Hijo de Dios Pan de Vida. Era una pendiente dura que implicaba cambios: no solo un mayor esfuerzo en el camino, sino otra forma de caminar. La dureza venía dada fundamentalmente porque requería una novedad profunda: en las expectativas que se tenían de Dios que coinciden con las expectativas que uno tiene de sí mismo y de la vida. Cierto día, posiblemente el mismo, lo que habían subido bajaron con el vientre lleno de decepción.
El discipulado no garantiza la comprensión del Maestro en sus pormenores, ni siquiera a veces en asuntos de calado. Unas veces seguirá por convencimiento y otras veces por la confianza puesta en el propio Maestro. ¡Cuántas veces acercamos nuestras manos al Señor para que Él las colmase con lo necesario! Y sin embargo nos las devolvió con lo que no esperábamos ni pedíamos e incluso con el mismo vacío con que las llevamos. Los momentos en que regresamos de junto a Dios con el estómago lleno pueden no ser muchos, incluso escasos. No sucede así con el espíritu, nunca defraudado por Dios cuando esperaba de Él vigor y reciedumbre. Mientras miremos a Dios con propósito de que se acomode a nuestro sentimiento para simplemente hacernos sentir bien, nada entenderemos del Pan de Vida ni del banquete de la Eucaristía, donde se comparte vida con Dios y en fraternidad.
Hay un Cristo que provoca cercanía y hay otro que distancia; siendo el mismo a uno se le entendió hasta cierto punto, al otro sencillamente se le amó. Aquí se inició una verdadera historia de amor. Como el Cristo del Pan de Vida ya no atrae, preferimos comernos solos nuestro pan, hasta que nos hastiamos de él o lo encontramos insuficiente y volvemos a buscar al Señor para pedirle lo mismo. Es una peregrinación circular que no mira realmente a los ojos al Salvador, porque no dejan de mirarse los sentimientos propios, como si fueran soberanos de la historia, de mi historia.
Pero las palabras de Jesús, palabras de vida eterna, no decaen; ahí están para quien las quiera oír. Ellas llevarán su mensaje de puerta en puerta con insistencia, pero sin avasallar, a las casas de cuantos las hemos oído muchas, muchas veces sin entender en ellas más que pan, pan y pan de estómago. ¿Cómo entender la sumisión que pide Pablo de unos para con otros, cuando no sirvo más que a mis propios afectos y sentimientos? De ahí que se le entienda tan mal al apóstol y encuentre pronto censores que interpretan algunas de sus palabras, como estas de la carta a los efesios, en clave de misoginia. Los hay aún más feroces que separan a Pablo de Cristo y lo convierten en maquinador de lo que el Maestro ni dijo ni quiso. Los estudiosos encontraran motivos cabales para la interpretación (quizás hay mucho arrimo al contexto patriarcal de la época…, quizás alude a circunstancias propias de algunas comunidades…, hay que mirarlo, sin duda, desde la relación de Cristo con la Iglesia…), pero no dejar de ser Palabra de Dios e invita a que no nos detengamos en buscar razones solo de estómago o de vísceras, sino de eternidad en un Dios que quiere la felicidad de todos y, como Padre bueno, no discrimina, sino que busca la felicidad en la fraternidad.
Que no nos decepcione Dios, que no trae motivos sino para alegrar y saciar, como tal vez no esperábamos, pero con lo que realmente nutre y eleva. Que perseveremos en fidelidad sin que tenga que imperar sobre nosotros nuestro ánimo ni nuestras derrotas coyunturales, que siempre podrá contarse como victoria estar con el Señor. Que busquemos ese Pan de Vida que a tantos decepciona y para muchos ni siquiera cuenta. Si no es a Él, ¿dónde acudiremos?