1Re 19,4-8: Comió y bebió y con la fuerza de aquel alimentó caminó…
Sal 33,2-9: Gustad y ved qué bueno es el Señor.
Ef 4,30-5,2: No pongáis triste al Espíritu Santo.
Jn 6,41-51: El pan que yo os daré es mi carne, para la vida del mundo.
Cuantos más sean los trabajos o los esfuerzos, más comida será necesaria. Cuando se come menos de lo que el cuerpo necesita, faltarán las energías y no se podrá cumplir con la tarea. Mientras Jesús se nos revela como el Pan de Vida en este largo capítulo sexto del evangelio según san Juan que estamos escuchando en estos domingos, la liturgia nos acerca a descubrir la necesidad del alimento venido del cielo. Las lecturas de este domingo así lo hacen.
Elías, el profeta vehemente y fogoso, defensor de la fe en el único y verdadero Dios en medio de una sociedad con una religiosidad idolátrica, cómoda y confusa, se sació de éxito hasta hartarse en el monte Carmelo, cuando hizo ver a todo el pueblo claramente quién era el verdadero Dios. Venció a todos los profetas de los Baales y acabó con ellos, dejando al pueblo un testimonio de la fe verdadera. Luego salió huyendo al saber que la reina buscaba darle muerte. Estos son los acontecimientos precedentes al pasaje de hoy. Tras una jornada de camino, una sola jornada por el desierto siente desfallecer y se desea la muerte. ¿No le alimento el triunfo reciente? ¿No le bastó su confianza en Dios? Sin agua y sin alimento aquella sola jornada entre el calor y la aridez del desierto fue suficiente para consumir sus fuerzas. Contrasta el éxito anterior, tan cercano aún, y esta derrota tan contundente donde no solo falta el alimento, sino también ha decaído el propio ánimo. El ángel enviado por Dios le proporcionó lo necesario para restablecer las fuerzas: pan y agua. El profeta tenía aún varias misiones importantes que realizar, Dios se lo pedía; no podía rendirse en este camino. Con estos alimentos anduvo cuarenta días y noches hasta el lugar del encuentro con Dios.
¿Conocemos hasta donde llegan nuestras fuerzas? Probablemente sí, y esto no ha de hacer cautos. ¿Conocemos hasta donde pueden llegar las fuerzas conseguidas con el alimento proporcionado por Dios? Es más fácil dudar aquí, si no tenemos experiencia de su pan cuando flojearon nuestras piernas, nuestros brazos no nos respondían como queríamos o nuestra mente comenzó a desvariar en torno a la tragedia. Puesto que es el Pan Vivo bajado del cielo, nos dará fuerzas celestes para afrontar con una energía divina cuanto nos suceda por el camino y el camino mismo.
Los paisanos de Jesús sabían hasta donde podían llegar las fuerzas humanas y por eso desconfiaban de Jesús y lo criticaban. De lo humano siempre se espera algo humano. Pero esto significaba conocer solo a medias a Jesús, lo que equivalía a desconocerlo por completo, porque también Él era el Hijo de Dios eterno. Y todavía más desconocido saber que Él era el Pan Vivo, el que entregaría su vida en la cruz y resucitaría y quedaría también como pan sagrado para la vida eterna. Esta alimento divino no ignora los otros, sino que nos hace recordar como toda comida nos da fuerzas para vivir y la vida es don de Dios, pero nosotros no nos conformamos con vivir esta vida, sino que aspiramos a la vida de la eternidad. Si no comemos de este Pan Vivo, desfalleceremos en nuestro camino y desearemos muchas veces la muerte, como Elías.
La muerte en cierto sentido nos puede venir de muchas formas, al menos como una inclinación hacia ella: en el desánimo, más aún en la desesperanza, en el pecado, en una vida ajena a Dios que, por tanto, no espera más allá de esta vida… La bondad, la comprensión, el perdón, a los que se refiere san Pablo en la carta a los Efesios, son frutos de este alimento que da Dios gracias a su Espíritu que multiplica las fuerzas humanas y es capaz de transformar un pan cualquier en el Pan Vivo que es Cristo. Este Pan revive y reanima las energías con un vigor contundente que viene de Dios y acerca a Dios. ¿Cómo va a esperar en la vida eterna quien no reconoce al Dios vivo dándonos de comer un alimento también de eternidad?
Esperemos de Dios lo que no podemos esperar de nosotros mismos y pidámosle poder comer de su Pan vivo para vivir la vida eterna, mientras os esforzamos en hacernos merecedores con el trabajo de nuestro corazón y nuestra mente, para gustar y ver el alimento bajado del cielo; así, con más fuerzas proporcionadas por este alimento, trabajaremos con más ímpetu y eficacia por el Reino.