Sof 3,14-18a: Regocíjate y disfruta con todo tu ser.
Salmo. Is 12,2-3.4bed.5-6: Gritad jubilosos, porque es grande en medio de ti el Santo de Israel.
Fp 4,4-7: Nada os preocupe.
Lc 3,10-18: Entonces, ¿qué tenemos que hacer?
El rostro se expresa con un lenguaje particular que escapa incluso a las intenciones de quien dice sin querer decir. Refleja disconformidad, indiferencia, alegría, perplejidad, desazón... solo mediante unos músculos que se contraen o se distienden. Nos retratan el interior sin darnos cuenta, aun sin quererlo.
El rostro de la liturgia de este domingo, la Palabra de Dios, exhala alegría con nombre propio en latín: “Gaudete”, un imperativo que golpea a los cristianos sobre su condición y el motivo de ella: Cristo nacido, muerto y resucitado. La Palabra de Dios nos acerca a la experiencia de esta alegría.
Sofonías nos habla del fundamento de la alegría: “El Señor está en medio de ti, valiente y salvador”. Dios garantiza su cercanía en medio de lo que forma parte de nuestra vida y lo hace con valentía, combativo, y con certeza de que él guía la historia y abala nuestro victoria. Podemos sabernos acompañados con el que tiene el poder y nos hace caminar seguros, porque él no nos abandona.
Un personaje con las pintas de Juan el Bautista, poco atractivo a la vista, tiene el carisma de provocar la atracción de una masa numerosa de personas en búsqueda. El objeto de este interés entre personas tan dispares es el hallazgo de algo de vital importancia para ellos. Juan solo proclama el cambio interior, la conversión. Habría de resultar muy creíble, porque llegan muchos hasta él insatisfechos. Tal vez unos por haber perdido oportunidades, quizás otros por no encontrarse a gusto con su forma de vida, otros por no encontrar sentido… otros por querer mejorar y crecer. Si son capaces tantos de ir hasta el páramo desértico donde predicaba Juan es porque les ofrecía algo realmente valioso y que no hallaban en otros lugares.
Le preguntan sobre lo que deben hacer. Para la vivencia de la alegría hay que despejar tristezas y, para ello, es necesaria una revisión de vida y a un propósito de cambio, de mejora. Primero el Bautista pide una actitud de cuidado de los unos a los otros; el trato a los demás como te gustaría que te tratasen a ti. Una posición de indigencia y de necesidad ha de ser resuelta con la ayuda de quien tiene para compartir.
La respuesta a la pregunta de los publicanos apunta a evitar la codicia. La respuesta a los soldados mira a que no utilicen su poder en beneficio propio. Ha de prevalecer la actitud de servicio. No se excede en sus exigencias el Bautista, contesta con la normalidad de una vida que debe prestar su servicio para la ayuda de los otros. Y, de suma importancia, el “¿Qué debemos hacer?”, que es la pregunta básica y miliar de la moral, no mira sino a la responsabilidad personal. Se evitan así culpas a terceros, quejas o hacer responsables a las circunstancias. El quehacer de Juan tiene sus límites y consiste, ante todo, de preparar la llegada del único que puede alegrarnos: Jesucristo.