Dt 4,1-2.6-8: Escucha los mandatos y decretos que yo os enseño.
Sal 14: Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda?
St 1, 17-18. 21b-22. 27: Poned en práctica la palabra y nos os contentéis con oírla.
Mc 7, 1-8a. 14-15. 21-23: Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres.
Para que lo que se manda surta efecto hace falta quien obedezca bien. De parte de quien sale el mandato, ¿qué intenciones le mueven? Y ¿qué medios pone para que se cumpla lo mandado? La historia nos muestras numerosas y variadas, desde quien manda para servirse a sí mismo y a los suyos hasta quien busca el bien de todos y aun favoreciendo a los desprotegidos. Y el que obedece, ¿por qué lo hace? ¿qué busca con ello? ¿a qué está dispuesto a renunciar para cumplir con lo exigido. Otro elemento importante son los medios para que la ley se respete: el castigo anejo a la infracción, el miedo, la presión policial, la educación que enseña lo bueno para uno y para el bien común…
Moisés hablaba en nombre de Dios pidiendo que se escuchasen los mandatos y decretos de Dios para poder vivir como verdaderos propietarios en la Tierra de la promesa. Es interesante ese vínculo entre el cumplimiento y la posesión de la tierra. El pleno cumplimiento de la promesa pasa por la obediencia a la Palabra de Dios. Eso los hará sabios ante los otros pueblos y poderosos. El fundamento para obedecer es la confianza en su Dios y, por tanto, en su Palabra que busca el bien de la persona. Esa misma fe lleva a no adulterar la ley de Dios, ni añadiendo ni sustrayendo, respetando la Palabra de Dios y su espíritu, que para nosotros encuentra su sentido y referencia en Cristo.
El salmo une la cercanía a Dios con el cumplimiento de preceptos de justicia social. El amor al Señor y al prójimo vuelven a mostrarse unidos. También la carta de Santiago de la segunda lectura lo hace y subraya que no basta con oír la palabra, sino que hay que cumplirla en el trato con los demás que él centra en la atención a dos de los grupos más desvalidos de su sociedad: huérfanos y viudas. El cuidado de ellos parece distanciarse de lo que sucede en el mundo, por eso no hay dejarse contaminar por los criterios mundanos, que forjan normas contrarias a los mandatos de Dios de amor al prójimo.
En el Evangelio Jesús contrapone el mandamiento de Dios a los preceptos humanos y las tradiciones de los hombres. Los segundos han de estar al servicio del primero. De lo contrario, se llega a tergiversar la voluntad de Dios, dando prioridad a leyes, escritas o no, que velan por el hombre y su relación con el Señor. En concreto, las leyes de pureza ritual y culinaria, creadas por los hombres para proteger las cosas sagradas, se convierten en obstáculos para el verdadero culto. No facilitan la libertad, sino que crea persona serviles, porque lo que se obedece no viene de Dios, sino solo de criterios humanos al margen de la voluntad divina.